El no tan romántico Sena

“Para que nuestros ríos lleguen sanos al mar”

Ríos del Planeta

  • La percepción que suele tener el parisino medio de su río dista mucho de ser una estampa de postal, como demuestran la avalancha de tuits ironizando sobre su suciedad a menos de 100 días del inicio de los Juegos Olímpicos

Una no es una auténtica parisina si no tiene una historia íntima con el Sena. Y no hablo de inolvidables paseos en bateau mouche, de aperitivos improvisados contemplando Notre Dame desde L’île Saint-Louis o de encuentros románticos al anochecer, como el de Woody Allen y Goldie Hawn en Todos dicen I love you. Siento decepcionaros, pero la realidad es mucho más trivial. Paul, una amistad de infancia, siempre se refiere al día en que se cayó al río siendo un bebé, entre el muelle y una barcaza, y cómo su niñera punki no temió sumergirse en lo que parecía “una mezcla de mierda y de gasolina” para salvarle de una muerte segura, aunque no del eccema que, según él, le persigue desde entonces. De Emmanuel, un chico con el que compartían clase algunos amigos en el pijísimo colegio Henri IV, quedó la leyenda de que su caída en el Sena ―con bici incluida― había cambiado para siempre su olor corporal (para mal, evidentemente) asestando un duro golpe a su poder de seducción. Y a Raphaël siempre le recordamos en mi grupo de amigos la noche en la que se subió borracho al pretil del Pont des Arts para mear y terminó arrojado al agua por un desconocido de dudoso sentido del humor, sintiendo “las cosquillas de unas sirenas” que resultaron ser una amalgama de barro, algas mutantes y esqueletos de bicicletas.

La percepción que suele tener el parisino medio del Sena dista mucho de ser una estampa de postal. Una nueva prueba de ello es la cantidad de tuits ironizando sobre su suciedad que inundan X en Francia desde que la ONG Surfriders Foundation publicó la semana pasada un informe sobre el estado “alarmante” del río que, supuestamente, albergará este verano parte de las pruebas náuticas de los Juegos Olímpicos. Los altos niveles de contaminación fecal debidos a la presencia de las bacterias Escherichia coli y Enterococcus faecalis no solo suponen un riesgo importante para la salud de los atletas, sino que comprometen el cumplimiento de una promesa política que llevo escuchando desde que soy pequeña: la de “devolver el Sena a los parisinos”, haciéndolo apto para el baño. Un juramento que lanzó en 1992, sin jamás cumplirlo, el entonces alcalde de la capital Jacques Chirac y que ha retomado, más de 30 años después, Anne Hidalgo de cara al verano de 2025.

No sé si este proyecto colosal de descontaminación cuyo coste se eleva a 1.400 millones de euros verá finalmente la luz y si tendré el placer de contemplar a Hidalgo y a Macron zambullirse en el Sena en junio, como han prometido en numerosas ocasiones. Lo que sí intuyo es que por muy limpio que llegue a ser algún día, no será fácil romper los estereotipos asociados al mismo y convencer a la población de tirarse al agua como solía hacerlo en los años cuarenta, cuando, pese a la prohibición, París se transformaba en Biarritz los días de verano. Como recordaba en estas páginas Sara González, la mayoría de los franceses tiene una percepción negativa del río y solo un 12% estaría dispuesta a bañarse en él, según un sondeo de 2021.

Los montajes que hoy circulan en las redes, donde aparecen tanto Macron como Hidalgo nadando en un río de excrementos, la caricatura del dibujante Chaunu en la que se ve a un hombre saliendo del agua ataviado con una escafandra al mismo tiempo que un grupo de ratas, o la reaparición de la famosa parodia de anuncio publicitario realizada en los noventa por Les Inconnus, un mítico trío de humoristas, en el que un hombre bebe de una botella de agua de marca La Sennoise, “rica en gas natural, nitrato de próstata y oligoexcrementos”, tampoco ayudan en revertir el recelo de los parisinos.

Mi madre suele contar que la primera vez que fue a contemplar sus turbias aguas, al poco de llegar a París desde su Bolivia natal, a principios de los ochenta, vio a una mujer dispuesta a lanzarse al agua desde el puente de l´Archevêché porque el cantante Johnny Hallyday, quizá uno de los hombres más deseados de la época, estaba dando un concierto privado en un bateau mouche. “¡Johnny, aquí estoy, cuando quieras y donde quieras!”, gritaba, histérica, mientras se desabrochaba la camisa y ponía un pie en la barandilla. Para tirarse en el Sena, creo yo, hay que tener un buen motivo.

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Mayo, 2024