Mar Menor: una muerte tan previsible como evitable
“Para que nuestros ríos lleguen sanos al mar”
Recurso Hídrico y Contaminación
La historia del Mar Menor es el paradigma de lo no sostenible; un escenario en el que desde los años 60 la corrupción y el descontrol políticos, la agroindustria de los químicos, la desidia ciudadana, la urbanización descontrolada, los regadíos ilegales y los vertidos industriales y sanitarios vienen matando inexorablemente a esta albufera y a su entorno.
Una tristísima y predecible historia
Desde que, a Tomás Maestre Aznar el gobierno de Franco le diera el ok para hacer y deshacer en La Manga, hubo quienes ya vislumbraron el triste destino del Mar Menor. Eran épocas en las que el ministro de Turismo Manuel Fraga defendía la urbanización de las costas murcianas, para atraer al turismo y generar divisas con las que apuntalar a la paupérrima economía.
Hasta 1987 no existió ninguna normativa que protegiera al Mar Menor y pusiera coto al desmesurado ritmo con el que se urbanizaban sus riberas, al crecimiento de una agroindustria no sostenible y a los vertidos de la minería. Pero la Ley 16638 del socialista Carlos Collado Mena presidente de la comunidad desde 1984 a 1993, contó con la oposición del PP desde el momento mismo de su presentación.
Cincuenta y seis diputados del PP con Federico Trillo como comisionado, la recurrieron ante los tribunales y perdieron la partida, pero 14 años después consiguieron darle el carpetazo. Con Valcárcel rigiendo los destinos de la Región de Murcia, la ley que blindaba al Mar Menor fue sustituida por la tristemente célebre “Ley de Suelos”.
A partir de allí cundió la fiebre constructiva (léase burbuja inmobiliaria), se cambiaron los cultivos de secano “de toda la vida” (olivos, almendros, etc.) por los de tomates, lechugas o pimientos, que requieren abonar las tierras y muchísima agua (que la zona no tiene) y se multiplicaron los vertidos de todo tipo.
Eutrofización, anoxia e indignación
Los residuos de los abonos químicos elevan el contenido de nutrientes del Mar Menor, prolifera el fitoplancton, la eutrofización impide la oxigenación de los fondos y especialmente cuando suben las temperaturas se generan extensas áreas anóxicas, por lo que la fauna muere sin remedio. Los vertidos industriales, el exceso urbanístico y la superpoblación veraniega empeoran aún más el panorama. Una situación que las asociaciones ambientales no dejan de denunciar, de forma incansable y desde hace muchísimos años.
Pero solo cuando aparecen peces muertos flotando y el Mar Menor huele a podrido en las zonas de baño (aunque lejos de los chiringuitos hiede todo el año), la mayoría de los ciudadanos se indigna. Se ponen camisetas, juntan firmas, “abrazan” al Mar Menor, marchan, protestan y aprovechan cualquier oportunidad para hacer uso de su inalienable derecho al pataleo.
Pero a la hora de “sacrificar” sus vacaciones, depositar un voto consciente y meditado y/o comprometerse a dar un uso coherente y sostenible a las costas del sufrido Mar Menor, a la gran mayoría de los ciudadanos ni están ni se los espera.
Fuente:
Septiembre, 2021