Rosa Durán: la lideresa indígena que protege el primer sitio Ramsar de la Amazonía colombiana
"Para que nuestros ríos lleguen sanos al mar"
El Medio Ambiente
Esta lideresa de la etnia Curripaco es la única mujer indígena que hace parte de la Mesa Ramsar de la Estrella Fluvial Inírida, la plataforma que representa a las comunidades que viven en las 250 000 hectáreas protegidas por la convención internacional y ubicadas entre los departamentos de Guainía y Vichada.
El complejo de humedales es único en el mundo por su combinación de biomas y la mezcla de aguas blancas, claras y negras que proporcionan los ríos Guaviare, Inírida y Atabapo. Comunidades locales aseguran que, durante la pandemia, aumentó la minería ilegal de oro y, con ello, el peligro para líderes en la región.
Desde que Rosa Durán salió del municipio de Inírida —capital del departamento amazónico de Guainía—, el hombre que la iba a transportar en una balsa le advirtió que esta vez el recorrido que tantas veces habían hecho por un río de la zona iba a ser “con precaución” debido a la presencia de mineros ilegales en la zona.
Aunque había información de que se encontrarían con balsas mineras, la lideresa indígena del resguardo Tierra Alta, de la etnia Curripaco, no podía dejar de hacer su trabajo. Al fin de cuentas, durante la pandemia de Covid-19 era la única persona que continuaba en contacto permanente con las 22 poblaciones indígenas que monitorean la pesca que se hace dentro del sitio Ramsar Estrella Fluvial de Inírida, un complejo de humedales protegidos por la convención internacional debido a su gran riqueza biológica y donde está prohibida la explotación minera.
Pero una cosa es lo que está escrito y otra lo que ocurre en los grandes ríos de la zona transicional entre la Orinoquía y la Amazonía colombiana.
La Fuerza Pública ha dicho que en la zona se ha dado un incremento en el conflicto entre guerrillas y bandas criminales que buscan controlar la región y la extracción de minerales. Sin embargo, las poblaciones indígenas y campesinas prefieren no dar muchos detalles, pues cada palabra puede poner en riesgo sus vidas. “Nunca se debe llegar con esa prepotencia y arrogancia de decir: ‘somos dueños de territorio’, porque ellos [los ilegales] siempre buscan la forma de provocar a la gente. Si nos cruzamos, les hablamos, pero casi nunca llevamos nada porque ellos se pegan de cualquier cosa: combustible, comida, lo que vean. Nos lo quitan”, dice un habitante del sector.
Ganarse el derecho a hablar
Rosa o ‘Rosita’, como le dicen las personas más cercanas, es la tesorera y coordinadora general de la Mesa Ramsar de la Estrella Fluvial de Inírida, una corporación que reúne a 25 comunidades indígenas y campesinas que protegen la biodiversidad del territorio. Es la única mujer indígena en la junta directiva, pero sus logros no comenzaron allí. Muchos años antes de alcanzar estos puestos, Durán era tan solo una niña más dentro de uno de los grupos más poderosos de su comunidad: el Clan Ocarro de los Curripacos.
Esto no es un detalle irrelevante pues, en las comunidades indígenas, cada clan tiene un rol concreto: cazadores, guerreros, sabedores, etc. El de Rosa Durán está destinado a ser la cuna de los líderes. “Por eso es que ella lleva en su sangre ser una líder fuerte, sin miedo a hablar ni a enfrentar las cosas”, explica Sandra Rodríguez, coordinadora de la línea Mujer en la Asociación del Consejo Regional Indígena de Guainía (Asocrigua).
Durán afirma que ese liderazgo se traduce en el derecho a la palabra y al conocimiento, algo que los indígenas suelen reservar para los hombres. “Ellos dicen que si nosotras no hablamos con coherencia, no podemos hablar. Y hablar con coherencia es conocer la cosmovisión indígena y bajarla a lo que pasa en el entorno de la gente”. Por eso, destaca, en las reuniones donde se discuten los temas más importantes, las mujeres suelen quedar atrás y los hombres son los únicos que tienen la vocería.
Sin embargo, la historia de esta lideresa rompió con esa tradición. Era hija de un Capitán —la máxima autoridad de un asentamiento indígena— y su abuela paterna le enseñó a hablar con la gente, a reconocer las plantas medicinales y las habilidades de otros clanes.
“Rosa me contaba que su abuela le decía desde pequeña que tenía unas capacidades particulares y que aprendía rápido. Su abuela veía que ella iba a ser una mujer importante”, explica Carmen Candelo, asesora de Gobernanza y Medios de Vida Sostenible de WWF-Colombia, una entidad que ha acompañado los procesos en la Estrella Fluvial de Inírida desde antes de su designación como sitio Ramsar.
Su hogar y el primer sitio Ramsar de la Amazonía
La facilidad para aprender de Botánica no es una habilidad menor en uno de los sitios más biodiversos del mundo. Rosa Durán creció en un territorio privilegiado por la naturaleza, en la zona transicional entre la Amazonía y la Orinoquía. Allí hay más de mil especies de plantas, según el estudio ‘Biodiversidad de la Estrella Fluvial Inírida’. Una de las más reconocidas es la flor de Inírida (Schoenocephalium teretifolium), de uso ornamental y declarada patrimonio natural nacional. También está la fibra de chiqui-chiqui (Leopoldinia piassaba), una de las cuatro especies de plantas con alta amenaza de sobreexplotación en la región pero que ha sido parte de las bonanzas económicas de la zona y le sirve a los indígenas tanto para armar escobas, como para construir campamentos y techos de casas.
Esa riqueza en plantas se suma a una enorme riqueza en agua. Allí nace el río Orinoco, uno de los más importantes de Sudamérica, que surge de la confluencia entre el Atabapo, que marca la frontera colombo-venezolana, y los ríos Guaviare e Inírida.
En la región donde vive Rosa Durán se combinan bosques inundables del bioma amazónico con múltiples ríos de la cuenca del Orinoco y corredores naturales hacia los Andes. Allí también hay influencia de la subregión biogeográfica de las Guayanas (Escudo Guayanés). “Esta rara combinación de biomas y las diferentes mezclas de aguas que se dan en los tres puntos de confluencia son únicas a nivel mundial por sus características físicas, biológicas e hidrológicas”, precisa el decreto del entonces presidente Juan Manuel Santos, con el que se declaró a la Estrella Fluvial de Inírida como un sitio Ramsar.
Para esta lideresa, más que una convención internacional, ese decreto significó la protección de su cultura. “Este lugar tiene todo el valor cultural porque garantiza la pervivencia misma de las comunidades, porque luego de que sube el agua, quedan todos los nutrientes y aquí se consiguen varios tipos de pescado y otros animales. También se pueden hacer cultivos. En una frase: este lugar es nuestra soberanía alimentaria”, comenta.
Todas esas particularidades biológicas y culturales hicieron que, desde 2004, múltiples organizaciones comenzaran a trabajar para que la Estrella Fluvial ingresara a la Convención Ramsar. La intención era proteger más de 250 000 hectáreas, ubicadas entre el nororiente del departamento del Guainía y el suroriente del departamento del Vichada. Los cálculos de quienes han estudiado el tema, como José Saulo Usma de WWF-Colombia, es que en ese territorio hay más de 470 especies de peces, casi la mitad de los que pueden encontrarse a lo largo y ancho de toda la cuenca del Orinoco, según WWF.
La riqueza del resto de fauna y flora se cuenta por cientos: 324 especies de aves —que representan el 66 % de las registradas en toda la Orinoquía—, 200 mamíferos y 40 anfibios y reptiles, según el plan de manejo ambiental de esta zona protegida. Además, es el hogar de 2000 indígenas, principalmente de las etnias Puinaves y Curripaco, a la que pertenece Rosa Durán. También hay comunidades Piaroa, Piapoco y Sikuani.
Las poblaciones fueron clave para que la Estrella Fluvial de Inírida hoy sea un humedal de importancia internacional. Por ejemplo, entre el último semestre de 2010 y febrero de 2011, hubo una consulta previa para que los pueblos indígenas decidieran si aceptaban o no la declaración del sitio Ramsar. No fue una decisión fácil, pues implicó despedirse de la minería, una actividad que se realizaba allí desde hace más de 30 años para sacar oro, tantalio y coltán de los ríos, de acuerdo con el más reciente informe de la Oficina de la ONU contra la Droga y el Delito (UNODC) sobre la minería de aluvión en Colombia.
“Después de años de concientizar a la gente sobre la importancia del medio ambiente, la gente prefirió decirle no a la minería”, dice Rosa Durán. La lideresa reconoce que el consenso indígena fue clave para que el Gobierno colombiano declarara el sitio Ramsar el 8 de julio de 2014.
A pesar de este logro, la actividad en la zona persiste. El reporte que hizo la UNODC prende las alertas por la explotación de oro en los municipios de Morichal, sobre el río Inírida, y Cacahual, sobre el Atabapo. También dice que están dragando oro dentro del sitio Ramsar.
Mongabay Latam se comunicó con la Corporación para el Desarrollo Sostenible del Norte y el Oriente Amazónico (CDA), autoridad ambiental en la zona, para conocer detalles sobre la presencia minera en la Estrella Fluvial de Inírida, pero hasta el momento de publicación de este reportaje no dieron respuesta.
Pesca y minería en tiempos de pandemia
Una de las mayores responsabilidades de Rosa Durán en la Mesa Ramsar es el monitoreo de la pesca. Las comunidades llevan ese registro desde 2016 para anotar, no solo qué peces capturan, sino lo que encuentran en sus estómagos. Toda esa información ha servido para conocer cuáles son las especies que realizan migraciones, cuándo se reproducen y cuáles son las más abundantes, según indican informes de la CDA y WWF.
La lideresa agrega que gracias a esos datos, en 2020, la Aunap tuvo las bases necesarias para emitir la resolución que regula qué, dónde y cuándo se debe pescar dentro del sitio Ramsar. “En ese proceso, Rosita es la interlocutora. Es a través de ella que se hacen los recorridos para recolectar toda la información”, precisa Óscar Manrique de la Dirección de Bosques, Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos del Ministerio de Ambiente.
Como tesorera de la Mesa Ramsar, Durán también se encarga de darles una bonificación mensual de 70 000 pesos colombianos (cerca de 20 dólares) a cada investigador local. Ella recibe los dineros de GEF Corazón de la Amazonía, un proyecto auspiciado por seis instituciones nacionales e internacionales que busca preservar el corredor biológico entre los Andes y la Amazonía.
Además, durante la pandemia, la información de las poblaciones locales fue vital para las instituciones que trabajan en la zona. Carmen Candelo afirma que la crisis sanitaria impidió que los expertos hicieran trabajo de campo y, una vez más, Durán fue el único puente que tuvieron con los habitantes de la Estrella Fluvial.
Para ayudar en la labor investigativa, esta lideresa indígena visitó, en diciembre de 2020, a una comunidad dentro del sitio Ramsar. Su objetivo era recopilar el trabajo de los monitores de pesca. Cuando llegó al lugar, sin embargo, pobladores de la zona le comentaron que la minería había vuelto a la zona. Desde entonces, Durán no ha regresado y la Policía ha advertido a la Mesa Ramsar y a las comunidades que el orden público no está bien en esa zona.
Un poblador local, que prefirió no revelar su nombre por miedo a alguna represalia, asegura que “donde hay minería siempre hay grupos ilegales y que, incluso, ahí también se involucra el narcotráfico. “Es una mezcla de todo un poco”, comenta y agrega que, durante la pandemia, la minería se ha disparado en todo el departamento de Guainía. Mongabay Latam le preguntó a la CDA sobre la minería ilegal en la zona pero hasta el momento no se ha obtenido una respuesta.
No es claro el control que realizan las autoridades ambientales pero organizaciones locales han dicho que, si tienen que hacerlo, están dispuestos a sentarse otra vez con los mineros para que salgan de la Estrella Fluvial, tal como lo hicieron antes de que se declarara el sitio Ramsar. El problema es que saben que ello podría traerles riesgos.
Aprender a navegar entre burocracia
La primera vez que Rosa Durán se involucró de lleno en un proceso para proteger los humedales fue en el 2015. Ese año, el resguardo Coayare-Coco sobre el río Guaviare se encontraba elaborando su plan de vida —reglamento interno de cada comunidad con base en su propia cultura— con la organización WWF y le pidió asesoría a Durán durante el proceso.
Una de las grandes fortalezas de la lideresa es que sabe hablar español y curripaco a la perfección. Óscar Manrique, profesional especializado de la Dirección de Bosques, Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos del Ministerio de Ambiente, recuerda que esa habilidad fue vital para aclarar un mal entendido pues, durante años, hubo desconfianza por parte de ciertos miembros de las comunidades indígenas porque entendieron que la Convención Ramsar le pertenecía a Irán. Esto disparó los rumores de que las instituciones colombianas le venderían las tierras de la Estrella Fluvial a ese país y que embotellarían el agua de los humedales amazónicos para vendérsela a los iraníes.
Así, poco a poco, Durán se involucró tanto en la protección ambiental que las mismas comunidades la eligieron como tesorera de la Mesa Ramsar. Sin embargo, si ella quería presionar a las instituciones para promover la protección de la naturaleza, también debía manejar herramientas técnicas y jurídicas.
La lideresa participó en diversas capacitaciones que se hicieron durante el diseño del Plan de Manejo Ambiental del sitio Ramsar —realizado entre diversas ONG y entidades del Estado—. Carmen Candelo, de WWF-Colombia, lideró el componente educativo y asegura que Durán aprendía rápidamente lo que le enseñaban, desde el lenguaje corporal hasta los mecanismos jurídicos para reclamar sus derechos. “Les enseñamos lo importante que era mirar a los ojos cuando uno hablaba con alguien. Y cuando ella comenzó a sostener la mirada durante el taller, se le salían las lágrimas de la emoción”, recuerda Candelo.
La lideresa también aprendió a escribir derechos de petición y presentar tutelas, dos herramientas jurídicas colombianas que están diseñadas para que los ciudadanos las usen sin necesidad de abogado y que buscan garantizar el acceso a información y la protección de derechos fundamentales.
Más que aprender sus derechos, Rosa Durán utilizó ese conocimiento para moverse con facilidad entre las argucias burocráticas y presionar para que la protección ambiental fuera efectiva. “Ella estaba pendiente de toda la parte legal y del proceso que se llevaba con WWF y la Autoridad Nacional de Acuicultura y Pesca (Aunap). Se sabe todos los convenios y puede nombrarlos con número y fecha como casi ningún funcionario lo haría”, apunta Gloria García, una de las dos técnicas operativas de la Aunap que trabajan en Inírida.
Un proyecto para las mujeres
Durán dice que quiere articular el trabajo de las mujeres para fortalecer a otras indígenas. Por eso, está liderando un proyecto con 50 mujeres de cinco comunidades para reforestar tierras con árbol cenizo (Piptocoma discolor), del que sacan la materia prima para la cerámica, una de sus principales actividades.
“Los hombres están en la pesca, en la cacería, en casi todo. Y nosotras las mujeres queremos tener algo propio. Muchas trabajan con la cerámica, pero es difícil porque el árbol está cada vez más lejos. Por eso pensamos en reforestarlo”, cuenta la lideresa y explica que esa cerámica se obtiene al combinar el barro con la corteza molida del árbol cenizo.
Cuando Durán habla en plural es porque también se refiere a Teresa Medina, ‘doña Tere’, la esposa del vicepresidente de la Mesa Ramsar. Fue ella quien tuvo la idea de sembrar árboles cenizos donde ahora solo hay rastrojo. Su intención es enseñarle a las mujeres más jóvenes a sembrar el árbol y a luego utilizar su corteza para obtener la cerámica. “En la comunidad de Santa Rosa, en Caño Bocón, doña Tere y su mamá —que tiene más de 90 años— son las únicas que saben sembrarlo”, explica Durán.
Desde hace casi un año, Teresa Medina y Rosa Durán tenían esta idea, pero solo empezaron a desarrollarla cuando presentaron un proyecto a la convocatoria ‘Mujeres cuidadoras de la Amazonía’, del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y el Ministerio de Ambiente. Finalmente, su plan fue uno de los 69 elegidos. Ahora, con los 80 millones de pesos que tienen (más de 22 000 dólares) empezaron a sembrar 500 plántulas en la comunidad indígena Paloma, sobre el río Inírida. El proyecto tiene una duración de un año, aunque Durán explica que los árboles que planten tardarán al menos cinco años en alcanzar los tres metros de altura y ser productivos.
Fuente:
María Clara Calle
Marzo, 2021