La adaptación al cambio climático: la oportunidad de una vida

"Para que nuestros ríos lleguen sanos al mar"

El Agua y el Cambio Climático

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“It was the best of times, it was the worst of times, it was the age of wisdom, it was the age of foolishness, it was the epoch of belief, it was the epoch of incredulity, it was the season of Light, it was the season of Darkness, it was the spring of hope, it was the winter of despair, we had everything before us, we had nothing before us, we were all going direct to Heaven, we were all going direct the other way—in short, the period was so far like the present period, that some of its noisiest authorities insisted on its being received, for good or for evil, in the superlative degree of comparison only” (A tale of two cities, Charles Dickens, 1859)

Como en el rotundo comienzo de Historia de dos ciudades, en el que se comparaba el Londres conservador de fines del s. XVIII y el París revolucionario de principios del s. XIX, el cambio climático puede observarse desde la oscuridad o desde la luz. Tengo la convicción de que no podemos dejar ese debate (las medidas necesarias para mitigar el cambio climático y adaptarse al mismo) en manos de mentirosos ni sectarios; tampoco de complacientes o inactivos.

La razón y la leyenda. Con demasiada frecuencia, pese a la evidencia científica robusta, esencialmente generada en torno al Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), encuentran sorprendente eco posturas escépticas cuando no abiertamente negacionistas. Para quienes defendemos la razón, el rasgo humano por excelencia, lo importante es la deducción, la experimentación y concluir a partir de la misma, en lugar de abandonarse a leyendas oscuras que nunca vienen acompañadas de evidencia en sentido contrario. En relación al cambio climático es necesario pedir de modo vehemente argumentos y debates. Frente a los iluminados debemos cuestionar, discutir, concluir. El cambio climático demanda cada vez más un esfuerzo por entender y explicar (causas y consecuencias), en lugar de limitarnos a describir, apelar a la fe (en uno u otro sentido), y dejarse llevar por la inercia, la complacencia (esa que consiste en pensar que cualquiera es responsable menos uno mismo) y la inacción.

La complacencia. Como señalaba previamente, hay evidencia científica robusta que indica que las emisiones de gases de efecto invernadero cambian la composición química de la atmósfera, ese cambio induce un aumento de la temperatura y éste genera una serie de impactos de gravedad diversa que varía en el espacio y en el tiempo. Ésta no es la formulación de una hipótesis sino el resultado de teorías científicas probadas. La principal incertidumbre reside en el último eslabón: la gravedad de los impactos. No se engañen: no porque quepa la posibilidad de que sean leves sino porque su gravedad (a veces con efectos irreversibles) todavía demanda esfuerzos de investigación. En lo que se refiere al agua, parece necesario afirmar lo obvio: el cambio climático es, entre otras cosas, un cambio en el ciclo del agua. Animo desde aquí a que los lectores revisen el informe Charney (1979), encargado por el Presidente Carter a la National Academy of Sciences de los EE.UU.: ya entonces enunciaron lo fundamental de lo que hoy sabemos sobre cambio climático. Cometieron, sin embargo, un error que ya no podemos permitirnos como generación. Entonces, adoptando un enfoque conservador, como aconseja el método científico, sugirieron esperar a que estuviese disponible más evidencia del calentamiento de cara a evaluar la precisión de los modelos climáticos. Ese enfoque conservador terminó siendo la estrategia más arriesgada de todas. Siguieron errores  peores; quizás el más nefasto nuestra complacencia. No sólo tenemos una participación activa en ese cambio mundial sino que, al tiempo, sólo en nosotros reside la posibilidad de mitigarlo y, sobre todo, de adaptarnos.

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El coste de la inacción o la oportunidad perdida. Sorprende la falta de eficacia de los relatos para persuadir a los ciudadanos sobre esta realidad. Buena parte de la discusión sobre cambio climático durante décadas ha girado en torno a la mitigación. La adaptación al cambio climático merece una atención prioritaria y, en ella, la gestión de los recursos hídricos y el ciclo urbano del agua son esenciales. La seguridad hídrica a medio y largo plazo en ese contexto adaptativo es un reto generacional. Quienes soñaron con participar de épocas pasadas porque creyeron que había algo por lo que luchar tiene aquí un buen motivo para no abandonarse a la abulia. El coste de adaptarse no es menor. Tanto la mitigación como la adaptación son ingentes retos de gobernanza de una escala sin precedentes, por su carácter de largo plazo, su naturaleza global y las enormes incertidumbres asociadas. Ese esfuerzo de adaptación puede percibirse como una carga adicional o, bien al contrario, como una oportunidad. Se ha estimado que los costes para la UE de no adaptarse al cambio climático estarían en el orden de los 100.000 MEUR al año (2020) y al menos 250.000 MEUR al año en 2050. Hay algunos estudios que muestran que esos datos podrían estar subestimados. Sin embargo, lo que sin duda desdeñamos es la oportunidad de adaptarse en sí, transformando el modelo productivo, coordinando políticas sectoriales, superando silos administrativos, alineando intereses individuales y colectivos, aumentando nuestra resiliencia a fenómenos extremos, gestionando riesgos y no sólo crisis… Es decir, la oportunidad de hacer lo que sería imprescindible incluso en ausencia de cambio climático.

FUENTE: 

POR GONZALO DELACAMARA 

IAGUA

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ABRIL 2018