Poesía de Luis García Morales"El río siempre" / Leyenda "LA DONCELLA DEL RÍO GUARO "

"Para que nuestros ríos lleguen sanos al mar"

Poesía, Ríos y Leyendas

Poesía

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Luis García Morales

 (Ciudad Bolívar, Venezuela, 1929). Poeta. Ha publicado los poemarios Lo real y la memoria(1962), El río siempre (1983; galardonado con el Premio de Poesía del Conac, en 1984), De un sol a otro (1997; galardonado con el Premio Municipal de Caracas, mención Poesía, en 1998). Miembro fundador del grupo Sardio junto con Elisa Lerner, Rodolfo Izaguirre y Adriano González León, Guillermo Sucre, Salvador Garmendia y otros poetas, narradores y pintores. A fines de los años 50 viaja a París, donde permanece 3 años. También viaja por parte de Europa y Medio Oriente. A su regreso a Venezuela fue nombrado jefe de Redacci6n de la Revista Nacional de Cultura. Luego ocupó los siguientes cargos: director artístico de la Radio Nacional de Venezuela, director de la División de Cultura y Bellas Artes del Inciba, director de Monte Ávila Editores, primer presidente del Consejo Nacional de la Cultura (Conac). Representó a Venezuela en varias asambleas internacionales de la Unesco en París, Kenia, Bogotá. A fines de los 80 comenzó la transmisión del programa radial “El Cantar de los Cantares”, con frecuencia semanal por la Emisora Cultural de Caracas, durante trece años. Este programa era un homenaje a la poesía y a los poetas de todos los tiempos y casi todos los países, desde la antigüedad china hasta nuestros días.

El río siempre

La Leyenda

LA DONCELLA DEL RÍO GUARO

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GUARO ES UN MUNICIPIO malagueño ubicado en el valle del Guadalhorce. La localidad dista 50 kilómetros de Málaga y 15 kilómetros de Marbella, tiene una superficie de 22,50 kilómetros cuadrados y cuenta con una población aproximada de 2.000 habitantes.

En su término municipal se encuentra el río Guaro, que forma, en su nacimiento, una hermosa cascada, motivo de visita por gentes de muchas partes. Sus aguas, cuyo caudal se ve incrementado por la afluencia de las del Sabar y el Seco, bañan las tierras del municipio antes de hacerse remanso en el embalse de La Viñuela, de gran importancia por ser el principal punto de suministro de agua de La Axarquía, comarca que recibe agua de este río, así como de sus afluentes, los ríos Sabar, Benamargosa y Salia.

Es en el río Guaro donde tuvo lugar el raro y curioso acontecimiento que voy a narraros y que el paso de los años ha dado lugar a que trascienda los límites de la realidad y haya pasado al esotérico mundo de lo legendario.

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Cuenta una leyenda que, unos años después de que la zona cayese en poder de las tropas castellanas, habitaba en este valle un viejo hortelano morisco que parecía estar bendecido por Alá, pues era dueño una huerta fértil que le daba unos frutos tan jugosos y sabrosos que los hacían muy apreciados por las gentes del lugar. El viejo atribuía los dones de sus frutos al agua que aquel río les regalaba a diario, con las que él regaba la huerta, razón por la cual se deshacía en alabanzas a dios.

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Cierto día, el hortelano se percató de que el caudal del río había empezado a bajar cada vez más. Pensando en que la fertilidad de sus productos agrícolas dependían en extremo de aquel agua, su preocupación fue creciendo en la misma proporción que menguaba el caudal del río. Por más qué intentaba buscarle una explicación a aquel extraño fenómeno, no lograba dar con la razón que lo motivaba, y el caudal del río quedó reducido a hilo de agua apenas aprovechable.

Pero ni el viejo ni los otros hortelanos de la zona se resignaron a lo que parecía una catástrofe segura para sus campos, así que idearon unos sistemas de riego muy novedosos para la época con vistas al aprovechamiento de los recursos acuíferos de la comarca. En este acontecimiento parece tener su origen el gran conocimiento en este arte del que siempre han hecho mérito las gentes de este lugar. Pero la situación no era la misma. Los frutos, aunque sazonados, no gozaban ya de las características que los hacían únicos.

Un día muy caluroso, a la vuelta a casa tras una penosa tarea, el hortelano vio a una niña que estaba sola a las orillas del río. Temiendo por la vida de la criatura, sola en aquellos parajes, el hombre no dudó en llevársela a su casa hasta que alguien viniese a preguntar por ella. Pero el tiempo discurría y, viendo que nadie se interesaba por ella, decide dejarla con él y tratarla como a una hija.

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Pasaron unos años y la niña se convirtió en una bella doncella tan dulce y atenta como alegre y trabajadora. Tenía unos preciosos ojos azules que se hacían más intensos al atardecer. Eran tan vivos y luminosos que parecían dos estrellas fugaces cruzando el firmamento en una tibia noche de verano. Algunos dicen que causaban tal fascinación a quien los miraba que al momento quedaba prendado de ella.

Gustaba a la joven pasear en las noches de luna llena por el lugar donde antes habían corrido fluidamente el caudaloso río, y, sorprendentemente, cada vez que la joven fijaba sus ojos en aquel cauce sin apenas agua, el caudal, como hechizado por su singular encanto, aumentaba de tal manera que alcanzaba las proporciones de antaño.

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La fama de este portento se extendió por toda la comarca y las gentes no cesaban de alabar la extraordinaria facultad de la joven, en quien veían una respuesta del Cielo a sus constantes rezos. Y así, cuando el agua les era más necesaria para el regadío, acudían a ella a solicitarle su favor, quien gustosamente condescendía.

Una mañana, el hortelano vio lleno de angustia que la doncella no había dormido en su cama, y salió muy angustiado a buscarla. Buscó y preguntó por todas partes, pero nadie la había visto. Su desasosiego se tornó en asombro cuando comprobó que el río llevaba un poderoso caudal de agua, mayor incluso que en los años de mejores lluvias.

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Cuenta la leyenda que la dulce joven no apareció jamás, pero, desde aquel preciso instante, el río permaneció con aquel generoso caudal y sus aguas mantuvieron fértil la huerta y sabrosos los frutos.

Por José Antonio Molero