Poesía de Eduardo Carranza "Lección de Geografía" / Leyenda "Mudubina"
"Para que nuestros ríos lleguen sanos al mar"
Poesía, Ríos y Leyendas
Poesía
Eduardo Carranza
(1913-1985)
En 1935, con Jorge Rojas, Arturo Camacho Ramírez, Gerardo Valencia, Carlos Martín, Tomás Vargas Osorio y Darío Samper, fundó el grupo "Piedra y Cielo", en homenaje al poeta Juan Ramón Jiménez, e inspirado en la tradición clásica española, con voluntad de orden ante los excesos vanguardistas y creando el movimiento "piedracelista". Organizado como editorial, el grupo publicó los Cuadernos de Poesía de Piedra y Cielo.
En 1938 codirigió Altiplano. Gaceta Literaria con Jorge Rojas y Carlos Martín. Dirigió también la Revista del Rosario, la Revista de las Indias, la Revista de la Universidad de los Andes y el "Suplemento Literario" de El Tiempo, diario del que fue columnista, así como lo fue de los diarios ABC de Madrid y El Nacional de Caracas. En 1942 ingresó en la Academia Colombiana de la Lengua.
Fue agregado cultural de Colombia en Chile (1945-1947), donde se relacionó con Pablo Neruda, Vicente Huidobro y Nicanor Parra; director de la Biblioteca Nacional de Colombia (1948-51) y consejero cultural de Colombia en España (1951-1958). Obtuvo el Premio Internacional de Poesía de Venezuela (1945), la Medalla de Honor de Cultura Hispánica y la Gran Cruz de Isabel la Católica. Desarrolló su labor docente como profesor de Literatura Hispánica en el Instituto Pedagógico de Chile.
En sus poemas, de perspectiva clasicista, surge el mundo de la infancia enriquecido con nuevas experiencias en el marco del paisaje americano. Su poesía evoluciona de la celebración de la vida, del amor, de la ilusión y del encanto de la existencia, al reconocimiento, ya en la madurez, del desencanto, de la desilusión del vivir, cambio que se refleja formalmente en el paso de la inicial profusión de la palabra al despojamiento y a la sencillez posterior.
En 1936 publicó su primer libro, Canciones para iniciar una fiesta, al que siguieron Seis elegías y un himno (1939), La sombra de las muchachas (1941), Azul de ti(1944), Canto en voz alta (1944), Éste era un rey (1945), Ellas, los días y las nubes (1945), Diciembre azul (1947) y El olvidado (1949), obras en las que lo nativo se alía en armonía a lo religioso e íntimo, y que agrupó en Canciones para iniciar una fiesta. Poesía en verso (1935-1950) (1953).
Más tarde publicó Alhambra (1957), con prólogo de Dámaso Alonso; Los pasos cantados (1973); Los días que ahora son sueños (1973); Hablar soñando y otras alucinaciones (1974) y Epístola mortal y otras soledades (1975) -los dos libros a manera de diario poético-; Leyendas del corazón y otras páginas abandonadas(1976), en prosa; Una rosa sobre una espada (1985); El corazón escrito; Canto en voz alta; La encina y el mar; El insomne; La poesía del heroísmo y la esperanza; Tú vienes por la calle; Las santas del paraíso (1945) y Amor (1948) -versiones y recreaciones de textos de Remy de Gourmont y Rabindranath Tagore, respectivamente-.
Publicó además la compilación Un siglo de poesía colombiana; Los grandes del sueño; Anhelo y profecía del nuevo humanismo; Los grandes poetas españoles; Los tres mundos de Alfonso Reyes; Nombres y sombras; Los grandes poetas americanos; El doncel del amor, y Lecciones de Poesía para los jóvenes de Cundinamarca y 20 poemas. Póstumamente, se publicó Visión estelar de la poesía colombiana (1986), recopilación de ensayos y notas críticas. Se publicó también una recopilación de su obra poética con el título Poesías. Fue traductor de Paul Verlaine, Paul Éluard, Tristán Klingsor y Guillaume Apollinaire, entre otros.
Lección de Geografía
Limito al Norte con el mar Caribe
que me baña la frente de cristal
y nácar lánguido
Al Occidente con el Grande Océano
que alza su ramo de violeta espuma
con su mano trémula.
Peces azules nadan por mi pecho.
Al Oriente me toca el Orinoco:
pasa el río por la puerta de mi alma,
humedeciéndome los sueños.
Llevo a la espalda pájaros y vientos
de ala libérrima.
Al Sur el Amazonas me limita:
La dulce luna donde apoya el pie
la patria mía.
La selva está en la orilla de mi sangre:
orquídea y tigre.
En mi cenit en pájaro del cielo
que abre sus alas sobre mi Colombia,
quieto y volando.
Y es mi nadir la tierra que me espera:
nuestra amante final vestida de hojas
que he mordido en las frutas y he besado
En la que amo.
Soy un terrón que canta, una bandera
tricolor desbocada sobre un potro
de la llanura.
Si me abriera las venas
la palabra Colombia saltaría
a borbotones.
Es un río quien firma este poema.
La Leyenda
Mudubina
En el reino zapoteca vivía una vez un príncipe tan gallardo y tan valiente, que su fama se extendió por la tierra y llegó al cielo. El alba, que le veía cada día realizar sus hazañas, por la noche, cuando los hombres dormían, se las relataba a las hijas del emperador del cielo. Brillan éstas durante la noche en el firmamento y de día se esconden para no ser vistas por los mortales.
Y sucedió que la más hermosa de todas ellas llegó a sentir un amor tan grande por el príncipe terreno, que un día, aprovechando la ausencia de sus hermanas, y sin que la sintiera el alba, bajó a la tierra y esperó junto al río de Juchitán el paso del amado. Cuando allí la encontró el joven príncipe, quedó cautivado por su belleza y se la llevó en brazos al palacio real.
Mientras tanto, el cielo, apesadumbrado, se ennegreció y las nubes lloraron copiosamente. Las diosas celestes quisieron impedir que su hermana se uniera con un mortal y se reunieron para tomar un acuerdo. Y cuando poco tiempo después se celebraba la boda, entre los festejos del pueblo, una de ellas, transformada en suave brisa, bajó a la tierra y penetró en la alcoba nupcial. Una vez allí, recobró su forma y anunció a su enamorada hermana la decisión que en el cielo se había tomado sobre ella. Tendría que quedarse para siempre en la tierra, bajo la apariencia de una flor, viviendo sobre las aguas de una laguna. Durante el día cerraría sus pétalos para aislarse de los mortales y sólo durante la noche se abriría para recibir la visita de sus hermanas. Una vez que la diosa terminó sus palabras, desapareció, y con ella la joven novia, a quien nadie volvió a ver, y en la laguna Chivele se irguió una flor verdinegra, de tallo recto y delicado, nunca vista hasta entonces. Más adelante la llamaron mudubina.
El príncipe no se podía consolar; su desesperación era tan grande, que el rey zapoteca, su padre, llamó a sus Vinnigenda, viajeras de todos los vientos, y les encargó que buscasen a la prometida de su hijo. El rey zapo-teca dominaba la tierra, en la que no había nada que pudiera resistir a su poder; pero ni él ni sus Vinnigenda podían modificar las decisiones del cielo. Así se lo dijo la más vieja de ellas, la primera que adivinó el secreto de lo que había ocurrido. Y entonces el príncipe le suplicó ardientemente que le transformase a él en otra flor de la laguna. La Vinnigenda oyó sus ruegos y a su conjuro nació el xtagabñe, el nenúfar.
Desde entonces ambos viven sobre las aguas de la laguna. La mudubina tiene el corazón teñido de rojo por el fuego de su amor y sólo abre sus pétalos de noche. El nenúfar tiene su corazón amarillo, porque está teñido de melancolía, y, como ser terreno, vive de día. Pero quizá quieran los dioses que se encuentren alguna vez.