Poesía de Jesús Hilario Tundidor "Adiós a los ríos que se van" / Leyenda "Leyenda de Bochica"

"Para que nuestros ríos lleguen sanos al mar"

Poesía, Ríos y Leyendas

1 Jesús Hilario Tundidor (foto de Jacqueline Alencar 2015)

Jesús Hilario Tundidor 

Poeta nacido en Zamora en 1935 y miembro del denominado grupo del 60. Estudia la Enseñanza Media en el instituto Claudio Moyano de Zamora y cursa los estudios de Magisterio y de Historia. Profesionalmente se dedica a la docencia desde 1960, año en que contrae matrimonio con María del Rosario Silva Delgado, mujer que dos años más tarde presenta a escondidas de su marido su libro Junto a mi silencioal Premio "Adonais", el cual gana.

Otros libros suyos son ‘En voz baja’ (1966), ‘Pasiono’ (1972), ‘Tetraedro’ (1978), ‘Libro de amor para Salónica’ (1980), ‘Repaso de un tiempo inmóvil’ (1982), ‘Mausoleo’ (1988), Construcción de la rosa (1990),‘Lectura de la noche’ (1993), ‘Tejedora del azar’ (1995), ‘Las llaves del reino’ (2000), ‘Fue’ (2008) y ‘Un único día. Poesía 1960-2008’. Las 920 páginas de los dos volúmenes que componen esta edición, recogen la selección y la reescritura de toda la obra de Tundidor como él quiere que sea leída. Cada uno de los dos volúmenes en los que está dividida la edición se corresponden con las dos etapas creativas de su autor a lo largo de su vida.

Poesía

ADIÓS A LOS RÍOS QUE SE VAN

Adiós a los ríos que se van,

las aguas que en canción de madre alzada

llevan hacia otra luz, hacia otros aires,

las vísperas antiguas de las zudas.

Adiós los ríos que se van, las sombras

perdidas en los árboles trenzado,

la soledad de las riberas pobres,

el hondo desaliento de los juncos.

Yo quisiera contar cómo se quedan

el ojo estrangulado de los puentes,

las ciudades que socorre el agua,

las lavanderas del amor y el hosco

pasar del aluvión en la crecida.

Pero el silencio lo contagia el río

y solo ya y sin calles,

triste amor y viejo de andadura,

he salido a la aceña, con el alba

en la frente a ras del sueño y abro el día

y digo

como un envite de la muerte eterna:

adiós los ríos que se van, bien vayan …

La Leyenda

Leyenda de Bochica

Durante días y noches llovió tanto que se arruinaron las siembras; nadie volvió a salir de sus bohíos (casas), que también se vinieron al suelo, o se mojaron tanto que lo mismo servía tener techo de palma o no.

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El Zipa, quien comandaba todo el imperio Chibcha, y los caciques, que eran como los capitanes o gobernadores de los poblados de la sabana, se reunieron para buscar una solución, pues no sabían qué hacer y el agua seguía cayendo del firmamento en torrentes. Se acordaron entonces de Bochica, un anciano blanco que no era de su tribu y quien había aparecido de repente en un cerro de la sabana.

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Alto y de tez colorada, con ojos claros, barba blanca y muy larga que le llegaba hasta la cintura, vestía una túnica también larga, sandalias, y usaba un bastón para apoyarse. Él les había enseñado a sembrar y cultivar en las tierras bajas que quedaban próximas a la sabana; y a orar, y a tener una especie de código para los chibchas. Cuando se iniciaron las lluvias, Bochica estaba visitando el poblado de Sugamuxi (hoy Sogamoso), en donde había un templo dedicado al Sol.

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Los chibchas decidieron llamarlo, porque pensaron que Bochica era un hombre bueno podría ayudarlos, o todo el imperio perecería a causa de la gigantesca inundación. El anciano dialogó con dificultad con los caciques, pues no dominaba su lengua, pero se hacía entender y le comprendían bastante. Se retiró a un rincón del bohío que tenía por habitación, rezó a su dios, que decía era uno solo. Luego salió y señaló hacia el suroccidente de la sabana.

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Cientos de indios organizaron una especie de peregrinación con él. Se detuvieron después de varios días en el sitio exacto en donde la sabana terminaba, pero las aguas se agolpaban furiosas ante un cerco de rocas. Los árboles enormes y la vegetación selvática frenaban el ímpetu del agua. Bochica, con su bastón, miró al cielo y tocó con el palo las imponentes rocas. Ante la sorpresa y admiración de unos y la incredulidad de todos, las rocas se abrieron como si fueran de harina. El agua se volcó por las paredes, formando un hermoso salto de abundante espuma, con rugidos bestiales y dando origen a una catarata de más de 150 metros de altura. La sabana, poco a poco, volvió a su estado normal. Y allí quedó el "Salto del Tequendama". Dicen que Bochica, tiempo después, desapareció silenciosamente como había venido.

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