Fernando Soto Harrison...Ríos y pintura

"Para que nuestros ríos lleguen sanos al mar"

Ríos y pintura

Fernando Soto Harrison

Fernando Soto Harrison 

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Fernando Soto Harrison 

Un hombre honrado y comprometido con su pueblo, de auténticos principios y valores 

Luis Alberto Monge Á.

Expresidente de la República

Junto a sus familiares más cercanos y en la intimidad de la relación con Dios, dije con emoción hace unos días el último adiós a uno de los costarricenses excepcionales del siglo XX.

En su vida, Fernando Soto Harrison fue muchas cosas, pero antes que nada fue un ser humano muy especial, de esos que como los viejos sabios y artistas del Renacimiento europeo, solo nacen y mueren de vez en cuando y, si lo hacen, que no es muy a menudo, iluminan con la fuerza de su talento y la firmeza y la elegancia de su personalidad, el señorío de los hechos y hasta la grandeza de los acontecimientos o la intimidad de sus relaciones de amistad. Por eso escribo estas líneas llenas de respeto y admiración.

Patricias raíces. Vinculado por profundas raíces familiares a dos grandes de la historia patria, como don Tomás Guardia y don Bernardo Soto, interpretó bien en su juventud la necesidad del cambio y el signo de lo imprescindible en la Costa Rica de la década de 1940 y, como ministro de Gobernación y amigo de confianza del doctor Calderón Guardia y de don Teodoro Picado, apoyó y defendió como el que más las reformas revolucionarias de las Garantías Sociales, el Código de Trabajo y la Caja Costarricense de Seguro Social, a la vez que promovió y estimuló la reforma electoral que, con el tiempo, nos daría al Tribunal Supremo de Elecciones. Es el padre de un poder electoral independiente, no politizado y garante de la voluntad soberana del pueblo. Fue tal la impronta de su presencia política en esos años complejos y difíciles y su papel de liderazgo como secretario general del Partido Republicano que, cuando dejó su cargo en vísperas de los acontecimientos que desembocaron en la conflagración armada que él luchó por evitar, las sirenas de los periódicos de la época sonaron a más no dar, anunciando su salida del Gobierno y quizás el presagio de una de las horas más duras y difíciles de la patria.

Terminada la confrontación armada, nadie pudo encontrar nada de lo que Fernando Soto Harrison pudiera siquiera sonrojarse. Todo lo contrario. Colocado por razones de historia del lado de los que perdieron la Guerra Civil de 1948, sus actuaciones como funcionario público, su acrisolada honradez y el valor de sus propuestas políticas se acrecentaron ante unos y otros y así, vencedores y vencidos y todos los costarricenses de buena fe, reconocieron en él a una de las grandes figuras de la vida nacional. Un hombre honrado y comprometido con su pueblo, de principios y valores, por encima de las banderas y las pasiones políticas. A su regreso al país, su amigo don Chico Orlich lo fue a esperar al aeropuerto de La Sabana y el abrazo de esos dos costarricenses ilustres marcó el inicio temprano de la reconciliación sincera de los hijos de la patria. Desde entonces, Fernando Soto Harrison nos perteneció, por derecho propio, a todos los partidos políticos y fue así un puente sólido y generoso de unión, amistad y acercamiento entre todos los costarricenses, aún entre los más distantes, como cuando generó una sincera y auténtica amistad entre don Pepe Figueres y su amigo don Manuel Mora Valverde. En el gobierno de su primo Daniel Oduber aceptó ser su embajador en Inglaterra, y a mí me aceptó la Embajada de Washington, en donde fue mi aliado y el defensor de la neutralidad de Costa Rica en el conflicto de Centroamérica y en nuestras dificultades con Nicaragua.

Razón última. Sin embargo, la vida profunda e íntima de don Fernando no estuvo en la política o en el ejercicio brillante de la abogacía. Su vida de verdad, su pasión más profunda, la razón última de su existencia, fue el arte y la pintura. Humanista y pintor formidable, artista en esencia, se dedicó con magia y pasión a retratar a los suyos y a pintar con técnica impresionista nuestros campos, sus atardeceres, sus ríos, nuestros colores y nuestros espacios.

Uno de sus mejores cuadros del río Reventazón se encuentra colgando a la entrada do Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. No satisfecho con la pintura a la que dedicó sus mejores y más plácidos días o con escribir su versión de lo que pasó en la década de 1940 y su vibrante defensa de don Teodoro Picado, en la plenitud de su vida y en una edad avanzada volcó su excepcional talento hacia la música y compuso una bella pieza para su esposa, Norita, que, con maestría, tocaba al piano a quienes lo visitábamos en su austera casa-museo de la avenida central. 

Conversar con él, entre cuadros, libros y recuerdos de una vida vivida a plenitud y con intensidad, en un ambiente de frugalidad propia solo de los viejos patricios, era un auténtico gozo del espíritu, como si uno al hablar con él dialogara con lo mejor y más auténtico de la historia de Costa Rica. Así vivió y así se nos fue para siempre don Fernando Soto Harrison. Honor a su memoria.

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