Mujer y agua: cuando todo queda por hacer o un elefante en la habitación

"Para que nuestros ríos lleguen sanos al mar"

Agua y Género

Mujer y agua: cuando todo queda hacer o elefante habitación

Resuenan de modo intenso los ecos del Día Internacional de la Mujer (8M), celebrado en todo el mundo el pasado viernes en defensa del final de esa grave anomalía que es la desigualdad por motivos de género. Se acerca la celebración del Día Mundial del Agua(22M). Cuando habrá quien piense que todo lo ocurrido durante la semana previa es ya pasado, lo cierto es que creo que merece la pena recordar que (casi) todo queda por hacer. “Todo lo que es pasado es prólogo” decía William Shakespeare en La Tempestad (acto segundo, escena primera, 1611). Mucho más, habría que añadir, cuando en realidad lo único que es pasado en sentido estricto es una serie de manifestaciones multitudinarias pero no la vigencia de las reivindicaciones durante las mismas, que no caduca.

En los países menos desarrollados, donde se concentran las carencias en la provisión de servicios de agua potable y saneamiento, de acuerdo a los datos del Programa Conjunto de Seguimiento del Abastecimiento de Agua y el Saneamiento de la OMS UNICEF, las mayores dificultades, en términos relativos son para las mujeres y, de modo asociado, para niñas y niños. La manifestación de la desigualdad es multifactorial.

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Pese a ser menos del 5% de los propietarios agrícolas en el norte de África o en Asia Oriental, las mujeres representan el 43% de la mano de obra agrícola en los países menos desarrollados del mundo. En el 80% de los hogares con problemas de acceso mejorado a agua potable, las mujeres son las responsables de acarrear el agua. En países como Etiopía, Kenia, Lesoto, Malawi, Mozambique o Zambia, acarrear agua consume más de 30 minutos al día para una cuarta parte de la población. Esto limita drásticamente la posibilidad de que las mujeres puedan dedicarse a la generación de renta, a su desarrollo personal, a la educación formal o informal y al cuidado de niños o mayores que debería ser corresponsabilidad en todo caso de hombres y mujeres.

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La necesidad de acarrear agua es una de las principales causas de abandono escolar entre las niñas, algo que condiciona su vida incluso cuando llegasen a tener acceso a agua potable y saneamiento en algún momento de la misma. Cuando entran en la pubertad y, junto a las dificultades propias de cualquier adolescente en el mundo más desarrollado, a veces dejan la escuela igualmente, si no lo han hecho antes, al carecer de baños con un mínimo de privacidad, algo que les plantea problemas a diario pero especialmente durante su menstruación. Algunas dejan la escuela definitivamente; otras dejan de acudir a la misma cinco días al mes en promedio. En países como Afganistán, Bangladesh, India, Nepal o Nigeria ciertas tradiciones en torno al ciclo menstrual definen todo un estigma cultural que no solo se debilitaría con educación sino con un esfuerzo decidido para mejorar las instalaciones y los servicios de saneamiento.

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Educar a las niñas sobre los períodos les anima a permanecer en la escuela. Las tradiciones en torno a la menstruación significan que la mayoría de las niñas nepalíes faltan a la escuela. ¿Puede la educación cambiar las creencias? Fotografía: Graeme Robertson.

Las carencias en cuanto a estos servicios aumentan asimismo el riesgo de ciertas infecciones y enfermedades de carácter diarreico entre aquellos contagiados con VIH o que han desarrollado el SIDA. En el África subsahariana las mujeres son el 60% de las personas infectadas con VIH.

Sin el acceso a servicios mejorados de saneamiento, por otro lado, numerosas mujeres y niñas permanecen ocultas durante el día – son “prisioneras de la luz del día”, sufriendo intensos dolores mientras esperan a hacer sus necesidades fisiológicas cuando cae el sol. En esos desplazamientos aumenta el riesgo de agresiones de toda clase, incluyendo ataques sexuales. Los suburbios de las principales ciudades de Kenia o India muestran una alta correlación entre la ausencia de estructuras apropiadas de saneamiento, las tasas de defecación al aire libre y la frecuencia de violaciones.

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Ninguna de estas realidades es reconocible en un país desarrollado como España. Sería casi imposible hacer una lectura equivalente. Sin embargo, me gustaría enfatizar sobre un debate esencialmente falaz que con cierta frecuencia emerge: la llamada “pobreza hídrica”. Este no sería especialmente nocivo en sí si no fuera porque, en realidad, oculta el desafío real, que poco o nada tiene que ver con el nivel de las tarifas sino con la existencia de amplias zonas de pobreza y exclusión social, además de un grado creciente de desigualdad en la distribución de la renta.

En 1814, el fabulista ruso Ivan Krylov escribió El hombre inquisitivo. En él mostraba un hombre que, en un museo, era capaz de atender a todos los detalles e ignorar un elefante. Dostoievski hizo popular la frase “un elefante en la habitación”. Nuestra habitación, en realidad, está llena de ellos. En cuanto a la desigualdad de género se ha conseguido reflexionar de modo público sobre temas muy relevantes (violencia de género, brecha salarial, conciliación familiar y laboral, etc.) pero hay cierto déficit respecto a un tema al que muchos hombres y algunas mujeres se muestran esquivos: la relación entre unos y otros en el ámbito de lo privado, en el origen de muchos de los anteriores. Algo similar ocurre con el equívoco sobre la “pobreza hídrica”: se habla del nivel de la tarifa pero se obvia que el reto social es contribuir a reducir los niveles y el riesgo de pobreza y exclusión social en general.

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La comunidad del agua parece sentirse cómoda debatiendo sobre capacidad de pago o derechos humanos al agua y el saneamiento pero ¿no tenemos la responsabilidad de llamar la atención sobre desafíos que se generan y desarrollan fuera del ciclo urbano del agua y que afectan a la provisión de los servicios de agua?

No puede ignorarse que la participación de la mujer en el mercado de trabajo en España es del 52,2% frente al 63,8% de los hombres. Las mujeres no sólo tienen tasas de desempleo y de ocupación a tiempo parcial más elevadas que los hombres, sino que su evolución es divergente, es decir, empeora más rápidamente para las mujeres.

El 26,6% de la población residente en España (2017) está en riesgo de pobreza y/o exclusión social, afectando de manera severa a 2,3 millones de personas. ¿Les parece pequeño el elefante? Son más de diez millones de personas. Las familias monoparentales son las que mayor probabilidad tienen de caer en la pobreza, doblando la probabilidad de los hogares formados por dos adultos con niños. Esto afecta especialmente a las mujeres porque más de un 83% de los hogares (80% en la Unión Europea, en promedio) están encabezados por ellas. En España, más de la mitad de las familias monoparentales está en riesgo de pobreza.

Como es bien sabido, los problemas de las mujeres tienden a estar asociados a problemas con menores. Casi uno de cada tres niños menores de 16 años está en riesgo de pobreza o exclusión social. Además, la crisis económica ha consolidado una novedad: no cualquier empleo protege de la pobreza, pues las condiciones contractuales también son relevantes. Eso conduce a que haya mujeres que se levanten cada mañana para trabajarse su pobreza y la de su familia.

Cuando trabajar ya no salva de la pobreza

Un indicador de vulnerabilidad grave es el llamado índice de privación material severa (PMS). Se considera que una persona está en esa situación extrema cuando no puede afrontar cuatro o más conceptos de consumo del total de nueve considerados básicos en la Unión Europea: comida de carne, pollo o pescado al menos cada dos días; mantener una vivienda con la temperatura adecuada; afrontar gastos imprevistos; retrasos en el pago de gastos relacionados con la vivienda principal en los últimos 12 meses; imposibilidad de ir de vacaciones al menos una semana al año; ausencia de teléfono, televisor, lavadora y automóvil. En el caso de España, apenas existen personas que carezcan de teléfono, televisión o lavadora, de modo que el indicador es mucho más estricto pues contabiliza en realidad a quienes no pueden permitirse cuatro de un total de seis conceptos de gasto.

A pesar del descenso reciente en este indicador, la PMS se mantiene en cifras superiores en un 40% a las registradas en 2008. Actualmente, sufren privación material severa uno de cada 15 menores, una de cada ocho personas que viven en familias monoparentales, una de cada siete personas de países ajenos a la UE y, en total, uno de cada 20 ciudadanos españoles.

No debemos permanecer ajenos a lo que ocurre fuera del sector del agua, ni desde un punto de vista pragmático (que demanda formular bien los problemas) ni desde nuestro compromiso ético con la igualdad de género, uno de los grandes desafíos de nuestro tiempo.

Fuente:

Gonzalo Delacámara

IAGUA

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Marzo, 2019

Agua y GéneroComentario