Ríos sepultados presagian ciudades inundadas en Brasil
"Para que nuestros ríos lleguen sanos al mar"
Recurso Hídrico y Desastres Naturales
En la ciudad de Iconha, en el estado de Espírito Santo, en el sureste de Brasil, pobladores limpian las calles tras la inundación provocada por las fuertes lluvias en enero. Crédito: Hélio Filho/Secom-Fotos Públicas
Botes, lanchas y otras pequeñas embarcaciones se hicieron indispensables para transitar en la región metropolitana de São Paulo, el más grande conglomerado urbano de Brasil, con 21,7 millones de habitantes.
Las inundaciones inevitables en los veranos australes ganaron dimensiones catastróficas este año, especialmente el 10 de febrero, cuando llovió 114 milímetros en 24 horas en la ciudad paulista, intensidad solo superada por un 121,8 milímetros del 2 de febrero de 1983.
La metrópoli se volvió una inmensa trampa hídrica. Muchos tramos de las avenidas denominadas “marginales”, en las orillas de los ríos Tietê y Pinheiros, que rodean el centro extendido de São Paulo, se convirtieron en lagunas.
La ciudad quedó paralizada al menos por dos días, con la interrupción de las principales vías de circulación y acceso a la ciudad.
Miles de automóviles quedaron atrapados por las aguas, muchas toneladas de productos hortícolas y ganaderos se perdieron por la inundación total del principal centro de comercio mayorista de alimentos, la Compañía de Entrepuestos y Almacenes Generales, más conocida internamente por su sigla Ceagesp.
“Una Venecia fluvial” es como definió la situación José Bueno, arquitecto, educador social y cofundador del movimiento Rios y Ruas (ríos y calles), que busca rescatar los cursos de agua olvidados y, en su mayoría, sepultados por la ciudad, y promover una nueva relación de la población con la naturaleza urbana.
Se estima en más de 300 los ríos y arroyos en la capital paulista, en general “desaparecidos” bajo avenidas o edificios e ignorados por los 12,2 millones de personas que viven en la ciudad como tal.
La “tragedia” que se lamenta por las inundaciones cada día más frecuentes, más extensas y duraderas, son “fenómenos naturales, consecuencia del modelo de desarrollo” adoptado, resumió Bueno para IPS.
“Se canalizaron los ríos, se impermeabilizó el suelo, ocuparon las “várzeas (llanuras, en general ribereñas)”, faltó un tratamiento inclusivo, la convivencia con el patrimonio natural”, explicó.
Rios y Ruas promueve expediciones para que las personas redescubran los arroyos ocultos o menospreciados, talleres y seminarios sobre la cuenca urbana e intervenciones para impulsar soluciones en temas hídricos.
“Es necesario incluir los ríos en el paisaje urbano, una transformación cultural de las personas” para superar una “mala convivencia de la ciudad con las aguas”, arguyó el activista que se basa en alta medida en los principios del Aikidó, el arte marcial nipón que enseña a “lidiar con situaciones imposibles y hacerlo fácil y elegante, sin ganadores o perdedores”.
El sitio donde nació São Paulo, en el siglo XVI, fue elegido “por la abundancia de agua”, pero luego se trató de soterrar sus flujos, impermeabilizar el suelo con una “infraestructura gris” que ahora hay que reemplazar por “una infraestructura verde”, sostuvo Bueno.
Las fuertes lluvias el 10 de febrero inundaron la Marginal del Tietê, la carretera en las orillas del río Tietê, que cruza buena parte de São Paulo entre el centro y la zona norte. Se trata de uno de los principales ejes del transporte en la metrópoli brasileña. Crédito: Paulo Pinto/FotosPublicas
Las inundaciones son parte permanente de la ciudad y “serán cada día más graves, con lluvias más fuertes y concentradas”, reconoció Nabil Bonduki, profesor de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de São Paulo y autor del texto básico del Plan Rector de São Paulo, aprobado por el Concejo Municipal en 2014 cuando él era concejal.
El cambio climático apunta al agravamiento, por el recalentamiento planetario que intensifica los eventos extremos, como sequía y lluvias fuertes. Pero también a nivel local, por las islas de calor que generan las extensas metrópolis como São Paulo, y que atraen lluvias.
La excesiva pavimentación que hace impermeable el suelo impide la absorción del agua por el suelo y acelera los torrentes hacia las partes más bajas de la ciudad, las “várzeas” o llanas praderas, especialmente a lo largo de los grandes ríos que cruzan el área metropolitana, observó Bonduki a IPS.
Por el plan urbanístico lo que se recomienda es “recalificar ciertas áreas” y ampliar la permeabilidad del suelo.
Diseminar “piscinitas” en los declives, a fin de “retener las aguas pluviales antes que escurran hasta las llanuras más bajas e inundables”, es una recomendación del experto.
Las grandes ciudades brasileñas adoptaron los “piscinões” (estanques enormes) como una alternativa de solución. São Paulo ya tiene 32, muy poco comparado con los 927 puntos con riesgo de inundación, según datos de la alcaldía.
“Ocupan áreas extensas, exigen grandes obras y mantenimiento costoso”, reprobó el profesor, que no descarta esos “piscinões”, pero prefiere “los pequeños reservorios”, que se pueden multiplicar y abrir mejores posibilidades de absorción por el suelo, drenaje e incluso el reúso del agua, apuntó Bonduki.
La situación más crítica, señaló, es de los “fondos de las várzeas, las áreas más bajas” donde se acumula el agua y donde se construyeron grandes avenidas por la desmedida aficción brasileña por los automóviles y las carreteras.
“Revertir la impermeabilidad del suelo para amenizar los problemas no es fácil”, admitió. Pero hay ejemplos de solución, como la construcción de parques arborizados que se inundan cuando llueve y los ríos transbordan, pero vuelven ser un parque para la población al secar, concluyó.
Las fuertes inundaciones de este año crean “una excelente oportunidad” para debatir y “aprender a convivir con una ciudad compleja, de muchos desafíos y diversidad”, opinó Bueno por su parte.
La “infraestructura verde” ya cuenta con tecnologías como “paseos permeables y pisos que drenan”, lo que permite alimentar la napa freática.
Derrumbe en una favela (barrio pobre) de Osasco, gran ciudad industrial de la región metropolitana a oeste de São Paulo, donde murió un niño enterrado por el deslizamiento. Crédito: Defensa Civil-Fotos Públicas
Nueva York ya posee 4000 “jardines de lluvia” y construye otros 5000 de esos jardines que ocupan parte de los paseos y absorben buen volumen de agua, que así deja de provocar inundaciones o sobrecargar el alcantarillado.
“São Paulo necesita 100000 jardines de lluvia”, estimó Bueno.
Pero la mayor metrópoli brasileña empezó a implantar los “bosques de bolsillo”, un conjunto de vegetación típica de la costa atlántica brasileña, plantada en pequeños espacios públicos con un mínimo de 15 metros cuadrados.
El modelo creado por el paisajista Ricardo Cardim ya cuenta con decenas de “bosques”, implantados generalmente por trabajo colectivo y voluntario. Varios grupos ambientalistas o comunitarios adhirieron a la idea.
“Esas pequeñas iniciativas en proliferación son una solución”, tanto por retener el agua como por “transformar la cultura” de la gente, confía Bueno.
Las fuertes lluvias que castigan la región del Sureste de Brasil, la más industrializada y poblada del país, pueden impulsar la búsqueda de soluciones para mitigar las inundaciones que se incorporaron a la vida urbana.
Desde mediados de enero, los estados de Espírito Santo, Río de Janeiro y Minas Gerais antecedieron al estado de São Paulo como víctimas de los efectos del exceso de agua.
En Minas Gerais más de 100 ciudades vivieron situaciones críticas, que provocaron la muerte de por lo menos 55 personas en la última semana de enero, 13 de las cuales en Belo Horizonte, la capital del estado.
La ciudad montañosa favorece los torrentes mortales y los derrumbes de casas en pendientes. El mismo descuido con los ríos agravó las inundaciones.
En el estado de São Paulo hubo seis víctimas fatales en las tres primeras semanas de febrero, pocas en proporción a la extensión de las inundaciones. El escarmiento, sin embargo, fue más intenso que en los años anteriores.
Fuente:
Mario Osava
Edición / Estrella Gutiérrez
Febrero, 2020