"A lo largo del Savegre" por Rafael Angel Herra

Para que nuestros ríos lleguen sanos al mar"

Ríos y recreación

"A lo largo del Savegre" por Rafael Angel Herra

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Rafael Ángel Herra Rodríguez es escritor y filósofo costarricense. Rafael Ángel Herra nació en Alajuela el 18 de noviembre de 1943. Hizo los estudios primarios y secundarios en Alajuela y acabó el Bachillerato en el Instituto de Alajuela. Wikipedia

A lo largo del Savegre

Caminar por el bosque cambia el ánimo. Me refiero a una experiencia de lo sublime y no a conquistar el entorno, como podría sugerirlo cierta mentalidad arrogante. Lo sublime nace ahí, si uno se deja conquistar por los árboles y el follaje, por el río que discurre saltando piedras. Hay que derrotar al propio cuerpo, no a la montaña. En este esfuerzo nace el placer del caminante.

Hay formas de relacionarse con el bosque. Una de ellas es la caza. En mala hora, hoy día. La caza impone violencia. El cazador va tras la presa, la acorrala con la ayuda de perros, o la atisba y la espera en su fuga cuando la jauría la acosa, dispara y ya está. Silencio. Luego la foto junto al animal abatido, para inmortalizar la hazaña en el tiempo, como los cazadores ingleses en la India, enmarcados por un repugnante exotismo; como el rey de España junto al elefante africano. Fiesta triunfal. Celebración sangrienta. Malvada. Esa fotografía tumbó al rey. También la pintura rupestre inmortaliza la caza, pero aquel no era el deporte de la muerte, sino un recurso de sobrevivencia, violento, pero sin perversión.

Otra forma de relacionarse con el bosque es la colecta de muestras vegetales y la observación de animales y plantas. En la recolección se agrede al bosque, pero en menor escala que en la caza.

Caminar entre los árboles, inventar senderos espontáneos por el sotobosque, subir pendientes, apartar las ramas, retroceder, cruzar un riachuelo, ascender colinas, escuchar los cantos, nada de esto hiere. El encuentro depende de nuestro silencio para que el bosque nos hable.

Júbilo. Recuerdo una vez, en Talamanca, a uno de los integrantes del grupo de caminantes, el cual, apenas nos internamos en la vegetación, empezó a gritar, a emitir rugidos salvajes, lleno de turbio júbilo, como si liberara una bestia, y con ello crispó por completo la serenidad de la montaña. Nunca había asistido a semejante estampida de elefantes en un depósito de porcelana, para evocar una expresión del alemán coloquial. Fue irreal. Los demás lo silenciaron, airados

Me distraía en esos temas mientras empezaba la caminata junto al río Savegre para seguir los trillos que descienden unos 15 kilómetros desde San Gerardo de Dota hasta Providencia.

De pronto me sacó de mis pensamientos una herida: en medio del cauce instalaron tanques de cemento armado para sembrar truchas, contraviniendo las políticas ambientales que protegen ríos y bosques de un país que se dice verde. ¿Quién lo permitió?

La construcción interrumpe el flujo de la corriente y destroza el paisaje. Y luego quedan los restos químicos y sedimentos, pues no hay ningún sistema de purificación del agua, o no lo vi.

Belleza natural. Esta cuenca es, junto con la del Pacuare, la más bella de nuestra geografía, regalo de no sé cuál dios. Se atraviesa el bosque entre plantas y robles y muchas otras variedades de árboles. Las epífitas —bromelias, hongos, orquídeas, musgos, líquenes, planta trepadoras, bejucos— crean un clima de fertilidad y misterio cuando llueve o ronda el fantasma de la niebla.

Se camina a veces junto al río, o lejos de él, o por lo alto de las colinas con el barranco al lado, a paso calmo, reflexivo, gozando el rumor del agua y la vida en el bosque.

Desde algunos puntos de observación, el panorama es magnífico, mesurado, un homenaje a quien se detiene a otear las bellas cosas del mundo: las laderas boscosas caen en planos inclinados hasta formar la vaguada y la vista se extiende hacia el horizonte verde.

También hay una cascada pequeña y caudal abundante. Si le gusta el agua helada, puede chapotear en la poza al pie de la caída del agua, pero no se exponga, porque el río arrastra pedruscos.

Al final de la caminata, en Providencia, mucho líquido y la mesa servida alivian el cuerpo que se ha dejado seducir por el Savegre. Valió la pena la fatiga.

Fuente: LA NACIÓN

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