José Hierro..."A orillas del East River (I) A orillas del East River (II)"

"Para que nuestros ríos lleguen sanos al mar"

Ríos y Poesía

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JOSÉ HIERRO

3 de abril de 1922 – 21 de diciembre de 2002

José Hierro fue un destacado poeta español nacido en Madrid el 3 de abril del año 1922 y fallecido en la misma ciudad el 21 de diciembre de 2002. La Guerra Civil ciertamente repercutió en su vida: cuando tenía 14 años, se vio obligado a abandonar sus estudios secundarios, y más tarde fue a la cárcel a raíz de su participación de un grupo de ayuda a los presos por causas políticas. Entre las víctimas de tales sentencias abusivas se encontraba su padre, por haber accedido a información comprometedora para el gobierno. Una vez liberado, José no dudó en continuar cultivando sus intereses literarios, rodeándose de otros intelectuales, que lo influenciaron positivamente y que lo enriquecieron como artista. Aparte de su labor poética, se especializó desde muy joven en la crítica de cuadros.

Hierro es uno de los grandes nombres de la literatura española, y entre los premios que recibió a lo largo de su carrera se encuentra nada menos que el Cervantes. Algunos de sus libros más importantes son los poemarios "Alegría", "Con las piedras, con el viento" y "Cuaderno de Nueva York", los ensayos "Problemas del análisis del lenguaje moral" y "Reflexiones sobre mi poesía" y la novela "Quince días de vacaciones".

A orillas del East River (I)

En esta encrucijada,

flageada por vientos de dos ríos

que despeinan la calle y la avenida,

pisoteada su negrura por gaviotas de luz,

descienden las palabras a mi mano,

picotean los granos de rocío,

buscan entre mis dedos las migajas de lágrimas.

Siempre aspiré a que mis palabras,

las que llevo al papel,

continuasen llorando

-de pena, de felicidad, de desesperanza,

al fin, todo es lo mismo-,

porque yo las había llorando antes;

antes de que desembocasen en el papel blanquísimo,

en el papel deshabitado, que es el morir.

Dejarían en él los ecos asordados, empañados,

de lo que tuvo vida.

Alguien advertiría la humedad de las lágrimas,

lloraría por seres que jamás conoció,

que acaso no es posible que existieran

aunque estuvieron vivos

en el recuerdo o en la imaginación.

Lloraríamos todos por los desconocidos,

los-para mí-difuminados

en la magia del tiempo.

Contra las estructuras

de metal y de vidrio nocturno

rebotan las palabras aún sin forma,

consagradas en el torbellino helado,

y no me hacen llorar.

Yo ya no sé llorar. ¡Y mira que he llorado!

A orillas del East River (II)

Yo ya no lloro,

excepto por aquello que algún día

me hizo llorar:

los aviones que proclamaban

que todo había terminado;

la estación amarilla diluida en la noche

en la que coincidían, tan sólo unos instantes,

el tren que partía hacia el norte

y el que partía hacia el oeste

y jamás volverían a encontrarse;

y la voz de Juan Rulfo: 'diles que no me maten';

y la malagueña canaria;

y la niña mendiga de Lisboa

que me pidió un 'besiño'.

Yo ya no lloro.

Ni siquiera cuando recuerdo

lo que aún me queda por llorar.

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