El nexo agua-alimentación: un vínculo clave para el futuro sostenible

“Para que nuestros ríos lleguen sanos al mar”

Acceso al Recurso Hídrico

El vínculo existente entre agua y alimentación es uno de los pilares más críticos sobre el que reposan la vida y el bienestar humano. En un mundo cada vez más expuesto al cambio climático, la escasez de recursos, los shocks económicos y las desigualdades sociales, conseguir conciliar de forma sostenible agua y alimentación se ha convertido en un desafío estratégico clave para lograr el desarrollo humano y la estabilidad global.

Es en ese vínculo en el que se centra el último informe del Relator Especial sobre los derechos humanos al agua potable y al saneamiento, Pedro Arrojo, presentado ante la Asamblea General de Naciones Unidas en octubre de 2024. Para el Relator, más allá de la cuestión de la escasez, existe un problema de mayor envergadura relativo a la necesidad de modelos de gobernanza alineados con los derechos humanos y encaminados a garantizar la sostenibilidad. Su propuesta para conciliar los sistemas alimentarios con una gestión responsable del agua pasa por una transición agroecológica que integre los derechos humanos a la alimentación y al agua.

El nexo agua-alimentación se enmarca en dos crisis globales de grandes dimensiones. Por un lado, la crisis mundial del agua causante de que 2.200 y 3.500 millones de personas no tengan acceso, respectivamente, a agua o a saneamiento gestionados de forma segura. A su vez, una crisis alimentaria por la que 737 millones de personas sufren hambre y 2.200 millones se encuentran en situación de inseguridad alimentaria. En este contexto, surge el reto de cómo un sistema agrícola que consume un 70% del agua disponible puede alimentar a una población mayor sin comprometer unos recursos cada vez más escasos. 

En las últimas décadas, la presión que nuestro sistema de producción ejerce sobre la tierra y los recursos hídricos se ha intensificado de forma desmedida. Según FAO, la extensión de la superficie dedicada a cultivos de regadío ha aumentado en un 18% desde comienzos del siglo, contribuyendo al estrés hídrico y el agotamiento freático. De hecho, el estrés hídrico es alto en todas las cuencas donde existe una agricultura de regadío intensa, aumentando la vulnerabilidad de la población de estas regiones.

En las últimas décadas, la presión que nuestro sistema de producción ejerce sobre la tierra y los recursos hídricos se ha intensificado de forma desmedida

Esta presión se reproduce en un marco de relaciones desiguales de poder en el que nuestros sistemas agroalimentarios se insertan. En los últimos años, las grandes compañías del sector han aumentado su riqueza hasta en un 45% a costa de los pequeños productores, quienes están siendo confinados a tierras más pequeñas y expuestas a la degradación de los suelos y la escasez de agua. Casi 8 de cada 10 explotaciones de pequeña escala se sitúan en regiones de escasez hídrica y menos de un tercio tienen acceso a riego.

Además, las adquisiciones de tierra por parte de grandes empresas están conllevando una apropiación de los derechos de uso del agua en detrimento de las comunidades rurales, poniendo en riesgo los ingresos de hasta 12 millones de personas en el mundo. Son justamente estas poblaciones rurales las más afectadas por la pobreza, siendo la agricultura el componente fundamental de sus medios de vida. Las poblaciones indígenas se están viendo también gravemente impactadas por este problema, siendo sistemáticamente expulsadas de sus tierras ancestrales y privadas del acceso a agua y alimentos.

Otro de los grandes desafíos que enfrenta el nexo agua-alimentación es el del cambio climático. En las últimas tres décadas, los desastres relacionados con el clima han ocasionado pérdidas de 3,8 billones de euros en el sector agroalimentario, lo que equivale al 5% del PIB agrícola mundial (en los países de ingresos medios y bajos, este porcentaje aumenta hasta el 10%). De estas pérdidas, el 95% se deben a desastres relacionados con el agua, tales como ciclones, sequías o inundaciones.

Conseguir un uso responsable de los recursos hídricos en la agricultura pasa por una transformación sostenible de nuestros sistemas de producción y consumo de alimentos que tengan en cuenta sus impactos sobre el agua. La diversificación de las dietas y los cultivos es fundamental en un escenario marcado por los monocultivos y un modo de alimentarnos en el que solamente tres cereales (trigo, maíz y arroz) suponen más de la mitad de nuestra ingesta calórica. Explorar el uso de otros cultivos desatendidos como el teff, el mijo o el sorgo no solo conduciría a un menor gasto de agua, sino también a fortalecer la resiliencia de los productores del Sur Global y reforzar la seguridad alimentaria.

La pérdida y desperdicio de alimentos es otro de los ámbitos donde es preciso trabajar, siendo un fenómeno que conlleva el malgasto de más del 30% de la producción alimentaria y 250 km³ de agua al año (unos 85 litros por persona y día). Es urgente contar con políticas y medidas que aborden el problema de la pérdida y desperdicio a lo largo de toda la cadena alimentaria, desde la producción hasta el consumo en el hogar.

La interconexión que existe entre los derechos humanos al agua y la alimentación es innegable

La interconexión que existe entre los derechos humanos al agua y la alimentación es innegable. Está ampliamente reconocido que el agua es un elemento esencial de la nutrición y de la seguridad alimentaria, hasta tal punto que el acceso a agua potable y de calidad se encuentra protegido bajo el marco del derecho humano a la alimentación. El mínimo de agua fijado por la OMS equivaldría a un 3% de las extracciones, una cantidad ínfima frente al uso que en la actualidad se está haciendo del agua para otros fines de una forma insostenible y sin repercutir necesariamente en la realización de derechos como la alimentación o la salud.

Enfrentar el desafío del nexo agua-alimentación requiere una transformación profunda de nuestros sistemas alimentarios, donde la sostenibilidad y la igualdad sirvan como principios rectores. Todas las decisiones, desde lo que producimos hasta lo que consumimos, tienen un impacto directo en el agua del que pocas veces somos conscientes. La seguridad alimentaria mundial no se puede desligar de la gobernanza y la protección del agua como un bien público global. Escapar de la concepción del agua y los alimentos como meros bienes con valor económico para apreciar su dimensión como derechos humanos esenciales para la vida es la clave para lograr esta transformación.

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Noviembre, 2024