Córdoba Patrimonio de la Humanidad - Los Poetas al río Guadalquivir /Leyenda "Leyenda de amor de Itimad y Al Mutamid"

"Para que nuestros ríos lleguen sanos al mar"

Poesía, Ríos y Leyendas

Córdoba Patrimonio de la Humanidad - Los Poetas al río Guadalquivir

¡ Oh gran río, gran rey de Andalucía, de arenas nobles, ya que no doradas !

Poesía

Los poetas y el Guadalquivir

Abul-Beka ingenió la metáfora río-vida, y Jorge Manrique, al desaparecer su padre, la vertió en coplas. Un árabe y un cristiano dieron categoría al símil que persiste y persistirá. 

Esa imagen comparadora es una de las inesquivables para la expresión de la existencia humana. 

El Betis de los romanos y el Guadalquivir de los árabes ha sido y es motivación de los poetas, realidad visible en cada una de las etapas de su trayecto. Se comprende que ocurra. Es un asunto muy a la mano, y la voz fluvial se incorpora al verbo y al tono de líricos de todas la épocas, intérpretes personalizados de la física incitante y del despliegue de la palabra. En la cuna de Cazorla hay una lápida con endecasílabos de los hermanos Serafín y Joaquín Álvarez Quintero, que saludan y describen el siempre prodigio de la vena brotante y prolongada por el mundo andaluz. Así comienza ese soneto:

"¡Detente aquí viajero! Entre estas peñas

nace el que es y será Rey de los ríos

entre pinos gigantes y bravíos

que arrullan su nacer y ásperas breñas."

Antonio Machado solo precisó de una soleá para sumarse a idéntico propósito. La que dice:

"Un borbotón de agua clara

debajo de un pino verde.

Eras tú. ¡ Qué bien sonabas !"

En la marítima, de Rufo Avesto Avieno, se hallan las fuentes poéticas del que llamaban Tharteso. La descripción geográfica y mítica es encajada en un espacio de hasta 160 versales. Euthimedes ya había emprendido la tarea de ensayar la magnificación de esa presencia acuática atravesando un reino de leyenda.

En Córdoba sucede la madurez del río, la edad que es cosecha de la amplitud del valle. La poesía toma de la naturaleza los pretextos para transfigurarla, y esto se cumple en todas las ocasiones que vale resaltar. 

Los líricos arábigo-andaluces, tan traducidos y estudiados por Emilio García Gómez, ya dieron no pocas pruebas de un sensible inclinarse a las referencias del Guadalquivir en sus kasidas amorosas o no. En ellas cuentan mucho las perturbaciones de la intimidad antes que la contemplación directa de ese brazo que se alarga entre orillas.

Don Luis de Góngora, paseante por la Ribera, acuñó uno de los textos que han contribuido a fijar la imagen de nuestra glosa. El supo anteponer lo que tenía delante de sus ojos y exaltarlo: 

"Rey de los otros, río caudaloso,

que, en fama claro, en ondas cristalino,

tosca guirnalda de robusto pino

ciñe tu frente, tu cabello undoso,

pues dejando tu nido cavernoso

de Segura en el monte más vecino

tuerces soberbio, raudo y espumoso."

Góngora reparte sus versos entre este alarde de adjetivos y el toque cordial. 

En su soneto a Córdoba indeleblemente grabado frente al "gran río" le canta:

"Gran río, gran rey de Andalucía,

de arenas nobles ya que no doradas"

El Renacimiento introduce sus signos cardinales que impregnan el sentir de quien los significa como muy pocas voces. Después de él, Alonso Jerónimo de Salas Barbadillo reduce a cuatro líneas su visión:

"Es la patria de Séneca, a quien baña

Guadalquivir soberbio y arrogante

ciudad en los ingenios felicísima

que con razón blasonan de sutiles."

Claras resonancias del soneto gongorino tienen estos versos del Duque de Rivas:

"De las altas almenas del castillo

la ciudad se descubre del risueño

Guadalquivir en la feraz ribera

gigantes torres elevando al viento"

Habrían de acumularse siglos para que otros poetas cordobeses secundaran la creatividad en este punto. El ‘Apunte” de Ricardo Molina, que vivió y murió cerca de aquí, recoge ese instante repetido cada día. Para comunicarlo prescinde de atalajes barrocos en favor de una sencillez cancionera:

"Al Alba

la luz nace del agua.

Guadalquivir la trae

pálida.

Empieza siendo un beso,

un ala,

que acaricia y desvela

el alma

de Córdoba dormida,

de Córdoba callada”

También escribe Ricardo Molina, en el hermoso poema XVII de sus Elegías de Sandua: 

"Crecido viene el río como mi corazón

Gerardo Diego escuchó en el Guadalquivir la perenne canción políglota del agua a su paso por Córdoba:

"Canta que canta el Betis su sempiterna copla

en latín y ladino y rabino y arábigo"

Pablo García Baena contribuyó a recuperar las esencias típicas de la ciudad con su "Guadalquivir por Córdoba". Elige la lentitud del alejandrino, muy adecuada para darle forma a lo invocado, y aquí aparece la estética barroca y afín a la tradición lírica que Góngora glorificó como nadie, si bien no es inspiradora en exclusiva de las opciones cordobesas. Pablo se atiene a una imaginería concretamente alimentada por lo que admira. Desde el arranque del poema se sucede la intención de potenciar el idioma poético y de apurar sus posibilidades de belleza:

"Pasas y estás como una pisada antigua sobre el mármol,

y hay en tu fondo un velo de argenterías fenicias,

y en la noche de la Albolafia

surgen de oscuro labio enamorado

las suras como negras palomas implorantes."

"Eres el rey, turbio césar que se desangra

sobre la propia púrpura de barros,

carne deshecha las rojizas gredas,

y flotas sobre tu huyente melancolía,

y fugaz permaneces

con tus manos de plateado exvoto acariciando

el toro, la columna, el santuario

y los pétreos plegados de la estatua."

En "Memoria de un río", Mario López incluye, dentro de Garganta y corazón del Sur, su primer libro, una muestra de la temática que ahora rastreamos sin pretender, por supuesto, que abarque todos los posibles ejemplos de la misma. El poeta de Bujalance dice:

"Guadalquivir por Córdoba... 

y estrellas que lo vieran

pasar hacia los ásperos olivares del alba

como un toro de niebla, llevando en sus pupilas

la salobre ternura que en el Sur se merece

quien va solo y callando tanto peso de cielo..."

En "Monólogo del Río Grande" Luis Jiménez Martos, (autor de gran parte de este texto) humaniza la existencia del así llamado desde la niñez al ahogo en Sanlúcar, desde el nacimiento alegre al escalofrío. Ahí dice:

"Yo me bebo la historia,

y en el puente de Córdoba me beben los caballos,

porque Córdoba es siempre en el estío,

en el vientre desnudo de la yerba."

Le gustaría quedarse aquí indefinidamente, porque nota una punzada agorera:

"¿Qué prisa hay en añadir adioses? 

¿No podría escapar al cerco de mi lengua?"

Carlos Clementson refleja la arquitectura monumental con vocación de eternidad que enjoya la margen derecha:

"Abrillantó Guadalquivir su espada

por reflejar tu aljama y tu ajerquía."

Antonio Gala lo percibe intimista:

"Cuando la reposada luz entorna

los plateados párpados del río."

Julio Aumente inmortalizó el arcángel San Rafael en las romanas piedras de su puente en su Soneto a Córdoba;

"Amarillo el limón, la palma ardiente,

la granada de sangre, la dorada

naranja en el vergel, la perfumada

higuera, traen su aroma del oriente.

En las romanas piedras de tu puente

un arcángel destella luz alada,

¡oh silenciosa Córdoba callada,

dormida en el rumor de la corriente!

Esmeraldas de fuego, en tus jardines

bajo el sol que calcina en el estío,

esbeltas torres a la brisa elevas.

Y un fondo de guitarras y violines

tu sierra cantan, tu glorioso río,

lauros de plata que en tu frente llevas."

Otros poetas han ahondado esta motivación. Manuel Barbadillo, de Sanlúcar, en "Charla con el Guadalquivir" le transmite:

"Si en Córdoba no hubieres, absorto, contemplado

el fondo de los puentes, de donde siempre manan

recuerdos acuciantes

de la que luego fue la historia musulmana."

José Cabello y Cabello le ofrece una de sus décimas:

"Y Córdoba, al ganapierde, 

te da su embrujo y su aroma.

Un arrullar de paloma

en lontananza se pierde."

Guadalquivir une Córdoba y Sevilla y supera o>tras diferencias. María de los Reyes Fuentes, de Híspalis, construye su pieza lírica en este abrazador sentido: 

"Ya este río cruzando por el alma

de Córdoba y Sevilla,

se llevaba la sangre y los suspiros, desde la savia el pétalo

de Córdoba y Sevilla.

Y se arrojaba al mar definitivamente desde Córdoba

dando su curso un quiebro de jinete que huye y que decide

tirar por una senda más al Sur

que corte y que le alcance antes el mar,

antes la apoteosis o la muerte."

Sevillano es también Manuel García-Viñó, firmante del soneto "Ante el Guadalquivir en Córdoba", del que copio unas líneas:

"Este arcángel de mármol que eterniza

su vuelo vertical en piedra dura,

desde el mástil azul de su escultura

cambia de norte el rumbo de la brisa."

Y Aquilino Duque, hispalense, dedica a Pablo García Baena su "Guadalquivir en Córdoba" donde escribe:

"He visto al pasar por Córdoba

junto a la puente un muchacho

clavado por tres saetas

a una guitarra de mármol."

Joaquín Romero Murube expresa: 

"A Córdoba serena,

con luz de otoño en mieles traspasada,

por la fecunda arena

del río entre rosales.

sube mi vida, lenta y fatigada..."

Es Rafael Duyos quien anota: 

"Y al Guadalquivir que al fin

sabe ya más de la cuenta..."

Esta mención al talante filosófico se repite en varias voces.

Antonio Almeda, de Puente Genil. pronuncia este deseo:

"Quién se pudiera quedar

toda la tarde mirando

al río, verlo pasar.

Como en un tiempo lejano,

quién lo pudiera beber

en el cuenco de las manos".

Acucies de la nostalgia.

Federico García Lorca fue artífice de adjetivos que tienen la gracia de ensamblarse en una suerte de escudo cordobés. "Lejana". "sola", "celeste", "enjuta" son calificaciones inseparables de la ciudad a que se ofrecieron. No admiten competencia y forman parte del recurso si se quiere tópico y universal. Es el romance "San Rafael (Córdoba)" un antológico tino del genial poeta granadí. Se conciertan en él la estampa;

"Coches cerrados llegaban

a la orilla de los juncos

donde las ondas alisan

romano torso desnudo"

o bien los niños protagonistas; 

"que en la orilla se desnudan,

aprendices de Tobías

y Merlines de cintura."

La ambientación subraya a los mayores y menores en un alarde plástico: láminas de flores, cristal maduro, y también noche, misterio, sombra...

En la segunda parte de este marco octosílabo es donde está la clave simbólica:

"Un solo pez en el agua

que a las dos Córdobas junta:

blanca Córdoba de juncos.

Córdoba de arquitectura."

Ese pez da una lección de equilibrio. Y el Arcángel "aljamiado" busca rumor y encunamiento en el “mitin de las ondas”. Lorca pone un ápice de extraordinario acierto a su romanceada visión: 

"Un solo pez en el agua.

Dos Córdobas de hermosura.

Córdoba quebrada en chorros.

Celeste Córdoba enjuta."

Ahí queda para la eternidad.

Otros poetas contemporáneos también han escrito sobre el Gudalquivir y sobre Córdoba en general;

Así Pablo García Baena escribía:

"No había más belleza en este mundo.

Por las calles de cal, cuando furtiva

ajena sombra iba enamorada,

incansable de sol a sol,

tejiendo el embeleso luna a luna,

telones de murallas, celosías

de altas clausuras,

palmas de sombra sobre tapias blancas,

era ya sólo amor el escenario,

la letanía armoniosa de los nombres:

Muro de la Misericordia, Alcázar Viejo,

Plaza de los Aguayos, Piedra Escrita,

Tesoro, Hoguera, Cidros, Mucho Trigo."

Y este lindo poema de Gertrudis Ledesma que dice;

"Dicen que moruna Córdoba,

dicen que Córdoba mora,

Dicen que a quien la conoce

para siempre le enamora,

que para siempre su alma

se queda presa en su aurora.

Que el silencio de una noche

en cualquier rincón callado

grita tan fuerte en la mente

que el corazón para siempre

queda del rincón colgado.

Que quien a Córdoba lleve

en su corazón amante

por lejos que de ella quede

no la olvidará un instante.

Dicen que moruna Córdoba,

dicen que Córdoba mora …

dicen que el Guadalquivir

a sus balcones se asoma,

que cuando a la mar se va

prendido va de su aroma.

Dicen que moruna Córdoba…

dicen que Córdoba mora …"

Y este otro de Kike Sánchez;

"Mil y un recuerdos, Córdoba mía,

me contemplan tras celosía

de tu mosaico de calles trenzadas

y tus harenes de leyendas mimadas;

mil y una historia, Córdoba mía,

de tiempos de gloria y rebeldía,

de flotar de aromas en molida hojarasca,

de atardeceres de rojo y aurora blanca;

mil y una noches, Córdoba mía,

de eterno pasear por empedrada travesía,

por patios de cuentos de azahar y jazmín,

borracho de amor, embriagado de ti;

mil y una mirada, Córdoba mía,

que a destajo vomitan sabiduría,

que desde ancestral lejanía erguida

lloran tu encanto, cultivan tu belleza infinita;

mil y una vez, Córdoba mía,

nacería en tu seno y en tu seno descansaría."

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La Leyenda

Leyenda de amor de Itimad y Al Mutamid

Cuenta la leyenda, que así es como ocurrió…

Érase la época del rey taifa de Sevilla Al Mutamid, quien reinó de 1069 a 1090. El rey poeta, el rey culto al que todos los sevillanos querían, se iba a enamorar de una esclava.

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Paseaban una tarde el rey Al Mutamid y su gran amigo y mano derecha, Aben Amar. Contemplaba el rey la belleza del río impresionado por el aspecto que le imprimía el viento. Se sintió inspirado y recitó unos versos con la intención de que Aben Amar los continuara:

“La brisa convierte al río

en una cota de malla.”

Continuaron su paseo mientras Aben Amar trataba de responder con otros versos, pero su mente estaba en blanco y las palabras eran incapaces de salir de su boca. Al Mutamid insistió volviendo a repetir la misma frase:

“La brisa convierte al río

en una cota de malla.”

En ese instante escucharon una voz femenina que venía de sus espaldas y que respondía con presteza y elocuencia a las palabras del rey taifa:

“Mejor cota no se halla

como la congele el frío.”

Al Mutamid se quedó sorprendido y sintió un auténtico flechazo por esa chiquilla que marchaba descalza acompañando a su burro. Le ordenó a Aben Amar que la siguiera, que la encontrara y que la trajera a palacio para tomarla como esposa.

Aben Amar la siguió y descubrió que esta bella joven se llamaba Itimad, aunque tenía el sobrenombre de Romaiquía porque era la esclava de un hacedor de tejas de Triana llamado Romaiq.

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Aben Amar negoció la compra de Itimad con Romaiq pero este se la regaló al rey aduciendo que era una chica perezosa y soñadora y no hacía bien su trabajo.

Tras llegar a palacio, Itimad cayó enamorada de Al Mutamid del mismo modo en que éste se enamoró de ella. Fue un amor desmedido, romántico y apasionado. Ambos compartían el gusto por la poesía y las letras y Al Mutamid no tomó a ninguna otra esposa, aun permitiéndoselo su religión.

Era también conocido lo complaciente que era el rey con Itimad. Cuenta la leyenda que un día él encontró llorando a su esposa y al preguntarle qué le pasaba esta contestó que echaba mucho de menos el tacto del barro que usaba para hacer las tejas en el taller de Romaiq.

El rey no se lo pensó dos veces y, a la mañana siguiente, llenó uno de los patios de su palacio musulmán con una gran cantidad de barro y una mezcla de especias (almizcle, clavo, etc.) que le daban un olor irresistible. Itimad pasó todo el día jugando con sus sirvientas y riendo como una niña.

Pero, como ocurre siempre, lo bueno se acaba. El fin del reinado de Al Mutamid tuvo lugar cuando, sintiéndose amenazado por la expansión del Alfonso VI de León, pide ayuda a los almorávides, quienes no sólo combatirían a los cristianos sino que irían conquistando los distintos reinos taifas.

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El emir Yusuf gobernó en las ciudades de Al Andalus y desterró a Al Mutamid y a su esposa Itimad a Agmat en las inmediaciones de Marrakech.

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Dice también la memoria popular que mientras navegaban el río Guadalquivir, Al Mutamid e Itimad eran despedidos entre lágrimas por los sevillanos.

En su destierro vivieron en la pobreza a la que la Romaiquía estuvo acostumbrada en su juventud, pero la llama de su amor nunca se apagó. Las tumbas de ambos y de uno de sus hijos se encuentran en Agmat, donde su historia ha sobrevivido al paso de los siglos.

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