Poesía de Nidia Rivera González "Atlántico mío" / Leyenda "El jichi (culturas nativas de las tierras bajas, Bolivia)"
"Para que nuestros ríos lleguen sanos al mar"
Poesía, Ríos y Leyendas
Poesía
Atlántico mío
Nidia Rivera González
Nidia Rivera González, nació en San Carlos Alajuela. Vivio su infancia en diversas zonas rurales de Costa Rica.
Su preparación inicial fue en la Universidad de Costa Rica. Obtuvo el título de Ingeniera Agrónoma, posteriormente estudió Enseñanza de la Ciencia (secundaria) y actualmente realiza la Maestría en Literatura Latinoamericana.
Mujer jefe de hogar. Cuenta con talleres, seminarios y simposios en diversas áreas como: ciencias, pedagogía, pedagogía en entornos virtuales, currículo, ambiente, Dale Carnegie, pruebas escrita, feria científica y otros propios de la Enseñanza de las Ciencias en Secundaria.
Inició escribiendo un libro titulado , “Sol Conociendo la Ciencia”, este libro lo publicó el Instituto Tecnológico de Costa Rica, es un libro dirigido principalmente a niños del segundo Ciclo de La Enseñanza Primaria.
Ha publicado además, un segundo libro, de título Biología: Resúmenes para Bachillerato, este libro es una síntesis de los temas de bachillerato del año 2002.
Actualmente están por ver la luz salir dos libros: Mi Barrio Chico del Sur y un segundo libro de cuatro cuentos cortos, sobre el caribe.
“Creo que alguien que escribe debe tener una motivación externa, en mi caso por supuesto, mis hijos, los niños, pero de mucho peso, es el ambiente que he vivido en este sur del sur en que ha transcurrido mi vida, a uno le surge la motivación y sensibilidad” .
ATLÁNTICO MÍO
Calurosas montañas.
Bravías corrientes de agua,
a tu paso llevabas bestias
y humildes chozas,
con un titánico rugir.
Río Reventazón fuiste desazón
de mi niñez.
Tu corriente me apresó, pero me
dejaste seguir,
fuimos parte de un todo
y ahora esta prosa es tuya y mía.
Fue el lugar más cálido de mi infancia,
ahí se me desnudó la naturaleza:
paredones verdes que lloran,
¿qué pena guardarán?
Tú, Codo del Diablo,
testigo de torturas vergonzosas;
magnánimas hojas verdes,
que hacían de sombrilla,
cuando en el juego sorprendía la lluvia,
lluvia tórrida y bichos diferentes cada día…
Ese era el ambiente y también la vida,
…la vida en la “norden fruit”.
¿Adónde me llevarían? Esas líneas
paralelas de ferrocarril,
las que me sacaron
de ese lugar…
que aún permanece.
No quería ir más allá,
de donde mi vista alcanzaba
porque era demasiado el hechizo.
La Leyenda
El jichi (culturas nativas de las tierras bajas, Bolivia)
Un mito cuyo trasfondo es el culto al agua y su vital cuidado.
Para explicar lo que es el jichi conviene ante todo tomar el sendero que conduce a los tiempos de hace ñaupas y entrar en la cuenta, para este caso parcial, de cómo vivían los antepasados de la estirpe terrícola, antiguos pobladores de la llanura. Gente de parvos menesteres y no mayores alcances, la comarca que les servía de morada no les era muy generosa, ni les brindaba fácilmente todos los bienes necesarios para su subsistencia.
Para hablar del principal de los elementos de vida, el agua no abundaba en la región. En la estación seca se reducía y se presentaban días en que era dificultoso conseguirla. Así en los campos de Grigotá, en la sierra de Chiquitos y en las dilatadas vegas circundantes de ésta.
De ahí que aquellos primitivos aborígenes pusieron delicada atención en conservarla, considerándola como un don de los poderes divinos, y hayan supuesto la existencia de un ser sobrenatural encargado de su guarda. Este ser era el jichi.
Es mito compartido por mojos, chanés y chiquitos que este genius aquae paisano vivía más que todo en los depósitos naturales del líquido elemento. Para tenerle satisfecho y bien aquerenciado había que rendirle culto y tributarle ciertas ofrendas.
Los españoles del reciente aposentamiento en la tierra recogieron la versión y consintieron en el mito, con poco o ningún reparo. Con mayor razón sus descendientes los criollos, tan consustanciados con la tierra madre como los propios aborígenes, y máxime si tienen en las venas algunas gotas de la sangre de éstos.
Como todo ser mítico zoomorfo, el jichi no pertenece a ninguna de las clases y especies conocidas de animales terrestres o acuáticos. Medio culebra y medio saurio, según sostienen los que se precian de entendidos, tiene el cuerpo delgado y oblongo y chato, de apariencia gomosa y color hialino que le hace confundirse con las aguas en cuyo seno mora. Tiene una larga, estrecha y flexible cola que ayuda a los ágiles movimientos y cortas y regordetas extremidades terminadas en uñas unidas por membranas.
Como vive en el fondo de lagunas, charcos y madrejones, es muy rara la vez que se deja ver, y eso muy rápidamente y sólo desde que baja el crepúsculo.
No hay que hacer mal uso de las aguas, ni gastarlas en demasía, porque el jichi se resiente y puede desaparecer. Ítem más: No se debe arrancar las plantas acuáticas que crecen en su morada, de tarope para arriba, ni apartar los granículos de pochi que cubren su superficie. Cuando esto se ha hecho, pese a las prohibiciones tradicionales, el líquido empieza a mermar, y no para hasta agotarse. Ello significa que el jichi se ha marchado.
Fuente:
Kathia Recio
Imagen principal: Pablo de Bella