Fundación Aquae: EL AGUA Y LOS RETOS DEL SIGLO XXI: 6. Conclusiones

"Para que nuestros ríos lleguen sanos al mar"

El Agua

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Como se ha podido constatar en estas páginas, los retos del agua en el siglo XXI tienen una dimensión estratégica para la continuidad de la espe- cie humana y el mantenimiento de una vida digna.

Los retos vienen muy marcados por tres vectores: escasez hídrica, presión demográfica y cambio climático.

En cuanto a la escasez hídrica, 1.200 millones de personas habitan en zonas con escasez hídrica y la mitad de la población mundial ocupa territorios con cierta vulnerabilidad. Precisamente las zonas donde se prevé mayor presión demográfica en este siglo son las que presentan mayor vulnerabilidad.

El cuidado de las fuentes (ríos, lagos, acuíferos, etc.) es esencial. No se puede permitir que el agua, una vez utilizada para uso doméstico o industrial, retorne al medio natural en pésimas condiciones y con alta carga contaminante.

Tan solo el 20% de las aguas que retorna al medio ha sido tratado. Es decir, el 80% se vierte con toda la carga contaminante. Se estima que cada año se vierten a través del agua 2 millones de toneladas de residuos humanos, más todos los vertidos industriales, alguno de los cuales, con alta carga contami- nante. Más de 1.800 millones de personas acceden a fuentes de agua con bacterias fecales.

La sobreexplotación de los acuíferos, junto con el retorno del agua al medio con alta carga contaminante, pone en riesgo las fuentes de abastecimiento de agua subterránea, que suponen el 50% del agua para el consumo humano y el 43% del agua para la agricultura. Disponer de infraestructuras de sanea- miento en el siglo XXI es una necesidad ineludible.

En los últimos 200 años se ha conseguido esquivar la maldición malthusiana, que pronosticó el crecimiento geométrico de la población y el crecimiento aritmético de los medios de subsistencia. Afortunadamente, el incremento de la población ha ido acompañado de un incremento equivalente de los medios de subsistencia. De hecho, en los últimos 50 años la producción de alimentos se ha multiplicado por 2,5. Es decir, ha crecido al mismo ritmo que lo ha hecho la población. La FAO prevé que hasta el año 2050 la producción de alimentos deberá incrementarse en un 70%.

En los últimos 50 años la superficie de cultivo de secano se ha mantenido. En 1961 existían 1.229 millones de hectáreas destinadas a agricultura de 

secano, mientras que en 2015 la cifra ascendía a 1.233 millones. El incremen- to más significativo ha sido en regadío, ya que en 1961 se disponía de 139 millones de hectáreas, mientras que en 2015 la cifra se sitúa en 324 millones. Es decir, más del doble. El ratio mundial de hectáreas por habitante se ha reducido en los últimos 50 años, pasando de 0,44 hectáreas por habitante a 0,22, reducción que se agravará en los próximos años, pues la extensión de las tierras de cultivo difícilmente podrá crecer al ritmo de la población.

Tanto el agua como la tierra son bienes escasos, ya que la superficie de cul- tivo no puede crecer exponencialmente a costa de deforestar el planeta. Por tanto, se precisa volcar toda la tecnología en la agricultura, así como que existía la máxima racionalidad en el uso del agua. Los sistemas de riego de- ben estar modernizados, evitando los sistemas denominados “a manta”, que suponen niveles de eficiencia y productividad son mucho menores.

En la actualidad, en España el 27% de las hectáreas de regadío, es decir, 978.000 hectáreas, dispone de un sistema de riego no modernizado, consu- miendo un 40-50% más de agua que los sistemas modernizados. El proceso de modernización liberaría recursos para poner en regadío entre 400.000 y 500.000 hectáreas adicionales, es decir, más de un 10% de la superficie ac- tual de regadío.

Por tanto, dado que la agricultura consume el 70% del “agua azul” del pla- neta, es imprescindible velar por un uso racional del líquido elemento en este sector.

No es casual el posicionamiento estratégico de algunos países y grupos em- presariales frente al reto de la productividad agrícola, atendiendo a la deman- da creciente de alimentos.

Algunos países desarrollan proyectos estratégicos en torno a la agricultura de regadío para garantizar su abastecimiento o para tener un posicionamiento en el mercado. Merece especial atención la India, con la interconexión de 46 ríos para aumentar la superficie de regadío en 35 millones de hectáreas. En 2050 su población se habrá incrementado en 400 millones de habitantes, al- canzando los 1.700 millones, por lo que es evidente la estrategia de fortalecer su capacidad de autoabastecimiento.

Chile, consciente del aumento futuro de la demanda mundial en las próximas décadas, está proyectando desarrollar a lo largo del país cerca de un millón de hectáreas de regadío, lo que permitirá duplicar el valor de sus exportacio- nes agroalimentarias y crear un millón de empleos.

La reciente adquisición por parte de la alemana Bayern de la compañía nor- teamericana Monsanto, líder mundial en semillas y tratamientos, por 66.000 millones de dólares, responde a un claro posicionamiento estratégico para ser el referente y líder mundial en los próximos años, en los que será clave la tecnología y la ciencia en la agricultura para aumentar la productividad de la tierra.

La modernización del regadío, la transformación de secano a regadío, para optimizar el uso del agua, así como la apuesta por la industrialización y tecni- ficación de la actividad agrícola requieren de adecuadas infraestructuras y de una gobernanza que garantice el uso racional del agua.

No obstante, la FAO nos advierte de la necesidad de cuidar el agua ante el aumento de la producción de alimentos, ya que tanto la agricultura como la ganadería y la acuicultura están dañando las masas de agua del planeta, como consecuencia de los aumentos de productividad para atender la cre- ciente demanda.

Cualquier actividad, sea esta doméstica, industrial, agrícola o ganadera, debe internalizar los criterios de la economía circular, de manera que considere que los recursos naturales son recursos finitos. En consecuencia, no se justifica ningún tipo de actividad que suponga que los recursos son inagotables, ya que implica la depredación del medio ambiente.

La presión demográfica a la que estará sometido el planeta es un vector ab- solutamente imprescindible en el análisis. En el año 2050, la población llegará a 9.700 millones de habitantes, y en 2100 la cifra ascenderá hasta los 11.200 millones.

Dos elementos se han destacado como relevantes respecto a la presión de- mográfica: la mayor presión demográfica la soportarán las zonas con mayor vulnerabilidad hídrica; y el crecimiento de la población urbana aumentará de forma muy significativa, llegando a los 6.600 millones de personas en 2050, frente a los casi 4.000 millones actuales. Veamos las implicaciones de cada uno de ellos.

En cuanto a que la mayor parte del incremento de la población es coincidente con las zonas de mayor vulnerabilidad hídrica, la cifras producen vértigo, ya que Asia, en 2050, superará los 5.000 millones de habitantes, y África, en el mismo año, se acercará a los 2.500 millones de habitantes, más del doble de la población actual; en el año 2100 se multiplicará por cuatro la población ac- tual. Es decir, contará con más de 4.300 millones de personas. Si le añadimos 

el vector del cambio climático, como consecuencia del calentamiento global, conseguir ordenar los recursos para proporcionar los medios de subsistencia para todas esas almas no parece un reto menor.

Por lo que se refiere al crecimiento de la población urbana versus la rural, el tema requiere atención. En el año 2050, el 66% de la población será urbana, lo que representa una cifra de 6.600 millones de ciudadanos. En 1950, lo ha- cían tan solo 750 millones de personas, una diferencia sustancial.

Desde hoy y hasta 2050, el incremento de la población urbana será de 2.600 millones de habitantes. El 90% de este aumento se concentrará en África y Asia. Especial atención merece el aumento de población urbana en la India, China y Nigeria. En la India, entre 2014 y 2050, el aumento de población ur- bana será de 404 millones de habitantes, mientras que en China será de 292 millones y en Nigeria de 212 millones.

Además, esta tendencia a la masificación urbana no vive al margen del cam- bio climático, ya que la imprevisibilidad meteorológica fruto del calentamiento global implica que las conductas del clima cada vez sean más extremas, de manera que cuando sufrimos sequía cada vez es más severa. Asimismo, la torrencialidad de las lluvias y las inundaciones cada vez son más devastadoras.

¿Qué requiere la existencia de unas aglomeraciones urbanas cada vez más densamente pobladas? Si se aspira a mantener unos mínimos de dignidad en el desarrollo de la vida humana, se precisa el desarrollo de infraestructuras. Esas infraestructuras en las ciudades serán de urbanización, vialidad, trans- porte público, tratamiento de residuos y, evidentemente, relacionadas con el agua. De lo contrario, las ciudades se convertirán en meros asentamientos humanos, donde las personas se amontonarán, con una degradación progre- siva en las condiciones de vida.

En torno al agua deberá disponerse de infraestructuras comprendidas en su ciclo integral, de manera que haya garantía de abastecimiento, un adecuado sistema de saneamiento, los sistemas pluviales para evitar inundaciones y se potencie la reutilización para optimizar el uso del agua.

Disponer de todas esas infraestructuras nos permitirá tener ciudades resilien- tes, es decir, aquellas ciudades con capacidad para resistir y recuperarse de cualquier cambio e impacto que sufra el sistema.

El factor del cambio climático como consecuencia del calentamiento global tendrá una incidencia esencial en el agua ya que, sin lugar a dudas, el ciclo 

hidrológico puede verse afectado como consecuencia del aumento de las temperaturas y eventos meteorológicos imprevistos.

Cuando al vector vulnerabilidad hídrica le añadimos el vector presión demo- gráfica, la ecuación empieza a complicar su solución, pero cuando le aña- dimos el factor cambio climático, parece que nos encaminamos un futuro irresoluble.

De hecho, Stephen Emmott, científico de Cambridge, autor del libro Diez mil, realiza la predicción del comportamiento del planeta como consecuencia del impacto del cambio climático, escasez de agua, dificultades de alimen- tación, etc., y llega a la conclusión de que el planeta se colapsará cuando la cifra de población llegue a los 10.000 millones, cifra que alcanzaremos a mediados del siglo XXI, alrededor de 2050. El autor plantea un escenario dantesco, pero nos debe hacer reflexionar sobre lo que puede ocurrir en las próximas décadas.

Expectativas nada halagüeñas del club TL2 (Too Little, Too Late), que sostie- nen que es demasiado tarde y hemos hecho demasiado poco para conseguir cambiar el rumbo de los acontecimientos en cuanto al cambio climático.

Si el club TL2 tiene razón, por lo menos es preciso preparar nuestras ciudades para lo que está por venir y dotarlas de adecuadas infraestructuras que per- mitan la debida resiliencia.

En cualquier caso, la humanidad debe seguir luchando para revertir la situa- ción, y, sin duda, una de las mejores noticias de estos años ha sido el acuerdo alcanzado en la llamada Cumbre de París sobre el Clima (COP-21), en la que los países firmantes establecieron y rubricaron el marco legal de lucha contra el cambio climático a partir de 2020. Un acuerdo histórico que marca el final de los combustibles fósiles y que representa la voluntad de una comunidad global por dar respuestas globales a problemas globales.

Paralelamente, junto a la mejor noticia, hemos asistido también a la peor, el anuncio de Donald Trump de desvincular a EE. UU. del Acuerdo de París, anteponiendo el crecimiento económico a los efectos del cambio climático. A lo que además habría que añadir, su anuncio de revertir el Plan Nacional de Estados Unidos sobre el Clima. Este doble anuncio en negativo, por parte de uno de los países con mayores emisiones de CO2 del planeta, sin duda hará más difícil mantener el clima bajo el umbral crítico de 1,5 oC de subida de temperatura.

Sin embargo, no hay que olvidar tampoco que los cerca de 200 países que firmaron el Acuerdo de París representan el 87% de las emisiones globales de CO2. Del mismo modo que no son pocos los estados, ciudades y empresas dentro de Estados Unidos que, como el alcalde de Pittsburgh, han manifesta- do su intención de seguir los acuerdos de la COP21.

Sin duda será más difícil con Estados Unidos fuera, pero tampoco es imposi- ble, todo dependerá de la rapidez con la que el resto de los países firmantes implementen el Acuerdo y aceleren el cambio.

Por su parte, Naciones Unidas —absolutamente consciente de los retos que tiene la humanidad en este siglo como consecuencia del cambio climático, la presión demográfica, el déficit de alimentación en algunas zonas, así como la problemática del agua con un acusado estrés hídrico— ha puesto sobre la mesa los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) para 2030, con el objetivo de erradicar el hambre, la pobreza, conseguir una vida más digna para los seres humanos y más igualitaria entre hombre y mujeres.

Las metas establecidas en los ODS referentes al agua son transversales y necesarias para la consecución del resto de los ODS. Por tanto, al igual que existe una Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Cli- mático, parece imprescindible que se celebre una convención de las Nacio- nes Unidas por el agua.

Para que el ser humano pueda tener oportunidad de una vida digna en un futuro deberá garantizarse una gobernanza global de los recursos naturales y del medio ambiente. Las legislaciones de los distintos países deberán inter- nalizar y ser muy rigurosas en cuanto al uso de los recursos.

Dentro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, en el número 17 se estable- ce como elemento clave en la gobernanza la necesidad de alianzas entre to- dos los actores, de manera que movilicen y promuevan el intercambio de co- nocimientos, capacidad técnica, tecnología y recursos financieros, a fin de apoyar el logro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible en todos los países. También apunta sobre la necesidad de promover la constitución de alianzas eficaces en las esferas pública, público-privada y de la sociedad civil, apro- vechando las distintas experiencias.

La esperanza que abrió el Acuerdo de París, en cuanto a sentar las bases para una gobernanza global, se ha visto erosionada por la decisión de EE. UU. de abandonar el acuerdo. No obstante, apelando al instinto de conservación del ser humano, deberíamos confiar en una rectificación.Fuente:

  • Fuente:Autor: Albert Martínez LacambraSetiembre 2017

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